Capítulo 32

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Adrián

Mar de Luna.

El nombre no paraba de rondar mi cabeza en estos momentos, como un eco imparable. No sabía cómo reaccionar ante tal descubrimiento. ¿Cómo es que no le había preguntado a Mar su apellido desde un principio? Esa era una de las primeras cosas que se hacían al conocer una persona.

Sin embargo, no podía saltarme a una conclusión rápidamente. Primero tenía que saber más sobre el papá de Mar, antes de volverme loco con las miles de puertas que se comenzaban a abrir en mi cabeza en estos instantes, haciéndome entender que si Mar era la hija de Sergio de Luna, tal vez todo esto sería más fácil.

Las horas habían pasado, y el atardecer le había dado la bienvenida a la puesta del sol, disminuyendo la luz solar e incrementando las horas nocturnas y las nubes grisáceas. La señora Florencia ya se había comido su flan, y ahora se encontraba en la barra charlando con Sebastián tranquilamente, mientras él limpiaba el mesón.

Bajo mi mirada hacia la esquina de la hoja de papel, donde sigue intacto y perfecto el nombre de Mar. Al escuchar como la puerta de la cocina se abre vuelvo a levantar la mirada, encontrándome con Mar sin mandil o gorra. Ya había acabado. Caminaba hacia mi muy sonriente, y por más enamorado que estaba de su sonrisa, no lograba reaccionar a tiempo.

—¿Falta de compañía?— se sienta en la silla donde antes estaba su mamá. Me sonríe, reposando su puño de mano bajo su mentón.

—Solo un poco— esbozo una sonrisa.

—Entonces estás de suerte.

Me relamo los labios, y me decido a preguntarle lo siguiente—: Mar, por pura curiosidad, ¿te llamas Mar de Luna?

—Si. ¿Por qué?

—Lo logré leer en tu cuaderno. Pero entonces, ¿cómo se llama tu papá? Es que... nunca me lo has dicho.

Su sonrisa rápidamente se borra, y eso no me da buenas señales.

—Bien, creo que ya es tiempo de que lo sepas— suspira, componiendo su postura—. Si yo me llamo Mar de Luna, mi papá se llama Sergio de Luna.

Mis ojos se abren ligeramente, pero intento disimular. Intento esconder como esto me afecta, como esto cambia las cosas y todas las teorías que hasta ahora he creado.

Sergio de Luna, el Sergio de Luna que yo he estado investigando estos meses pasados junto al señor Ricardo, era el papá de Mar.

Joder, esto era demasiado.

Me mantengo en silencio y solo asiento, aunque la expresión en la cara de Mar me hacía entender que había esperado algo más de mi parte.

—Supongo que el nombre se te ha de hacer familiar, considerando que eres arquitecto— dice, en un tono inseguro.

—¿Cómo? No... no yo nunca había escuchado su nombre. ¿Por qué lo dices?— cruzo mis brazos sobre la mesa.

—Es una larga historia, Adrián— vuelve a suspirar, pero ahora con más nerviosismo. Frunzo mi ceño, aunque muy en el fondo sé hacia dónde van sus palabras—. Pero, mi papá no está de viaje— me mira a los ojos, con sinceridad—. El día en que me preguntaste sobre él, te mentí. Mi papá no está de viaje por unos asuntos de trabajo... mi papá está en la prisión.

Entonces es él, no me cabían dudas de que era él. ¡¿Pero cómo?!

—Y antes de que pensamientos negativos comiencen a inundar tu cabeza...

—Nunca haría eso, Mar— la interrumpo, tomando sus manos con las mías.

—Es que me sentía muy culpable ocultándote toda la verdad.

Unos ojos avellana en un café diario ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora