Me duele la cabeza, la espalda, las piernas, creo que hasta me duele el alma. Intento levantarme de la cama, y mis movimientos torpes me recuerdan a Gregorio Samsa cuando despertó siendo un insecto. Ahora te entiendo Gregorio. Después de seis o siete minutos reúno las fuerzas necesarias y logro ponerme de pie. Me dirijo a la cocina apoyándome en lo que encuentre, y al pasar por la sala veo una figura distorsionada acostada en mi sofá. Ah cierto, estoy viviendo con un extraño, lo había olvidado. Rebusco en los cajones sin preocuparme lo más mínimo por despertarlo.
-Puedes dejar de hacer ruido. -Lo escucho reclamar arrastrando la voz.
Respondo con un seco: ñeh, que ni siquiera sé lo que significa, pero me duele tanto la cabeza que no quiero ni maquinar un insulto.
-Tienes el sofá más incómodo del mundo -bostezó parado en el umbral de la cocina-. Si ya nos hemos acostado, ¿por qué no puedo dormir contigo?
-Yo no duermo con nadie -cerré la gaveta de un tirón.
-Anjá, ¿Cómo te dicen, Christian Gray?
-Idiota
-Del año -me guiñó un ojo, a lo que yo solté un suspiro de cansancio.
-Has algo productivo y ayúdame a buscar las aspirinas.
-No puedes tomarte eso con el estómago vacío -abrió el refrigerador y sacó una caja pequeña de jugo de naranja-. Ten.
Lo tomé de mala gana porque sabía que tenía razón. Hasta ahora no me había dado cuenta de algo. Me quedé mirándolo con el ceño fruncido ante la observación de que solo traía un bóxer puesto. Buscó una aspirina en su mochila y la dejó encima de la mesa.
-Siempre llevo alguna encima -Se dejó caer a mi lado.
Comimos unos panqueques recalentados y un par de barras de chocolate, pero yo seguía sintiendo que me taladraban el cerebro.
-Valentina debe estar a punto de llegar, tápate un poco por favor -recalqué.
-Estoy cómodo.
-No estoy de humor...-escuchamos que alguien tocaba a la puerta.
-¿Qué pasa, no quieres que nadie más me vea medio desnudo?
-Ya quisieras.
-Bueno -se terminó el último panqueque-, me daré una ducha rápida.
Lo miré nuevamente con expresión de confusión, ¿él piensa que me importa todo lo que dice?, que extraño. Me dirigí al salón, tomé una mascarilla y el saprai desinfectante.
-¿Quién es? -pegué la oreja a la puerta.
-Alexa, soy yo, te traigo las cosas -respondió Vale del otro lado.
-Déjalas en la puerta y aléjate lentamente.
-Esto me recuerda a una película -escuché el crujido de las bolsas al dejarlas en el suelo-. ¿Cómo te sientes?
-Más o menos.
-¿Quieres que hable con el jefe?
-No, ya lo llamaré yo. Gracias por todo Vale.
-Por cierto, ¿cuándo pensabas contarme que estás saliendo con el amigo de Samuel?
Ay no.
-No estamos saliendo -recosté la frente a la puerta-, es una historia complicada.
-Me debes muchas explicaciones, pero ahora me iré para que puedas poner el helado en frío antes de que se derrita -sonreí con esa última frase.
-No era necesario el helado, no tenías que molestarte.
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Entre cuatro paredes. ©
JugendliteraturUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...