Epílogo

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Día 761

–¿Carlos, cuánto falta?

–Solo un poco más.

–Necesito un descanso –me deshice de la mochila y la tienda de campaña desarmada que me colgaba del brazo, dejándome caer en el suelo–. Recuerda que la vacuna nos protege de volver a contraer el virus, pero no nos otorga súper poderes.

–Está bien, solo unos minutos, no quiero quedarme atrás –soltó un suspiro, sentándose a mi lado–. ¿Quieres agua?

Acepté la botella, agradeciendo el refrescante líquido que hidrataba mi cuerpo, mientras deleitaba mi vista con el paisaje. Un grupo de cordilleras se extendía ante nosotros, como serpientes verdes que subían y subían hasta morder las nubes, cubiertas de árboles frondosos cual escamas de esmeraldas.

–No sé cómo me dejé convencer de haber venido hasta aquí –bromeé, secando el sudor de mi frente.

–Admite que te encanta –chocó su hombro con el mío, y no importa que hayan pasado dos años, sigo sonriendo cada vez que lo hace–. ¿Recuerdas cuando te lo conté, en el balcón de nuestra casa?

–Nuestra, eso me suena a manada –soltó una carcajada cuando cité la frase que una vez dijo–. Aunque no estoy muy convencida con esa loca idea tuya de comprar la casa de abajo y hacernos un… ¿cómo se llama?

–Dúplex, Alexa –alargó la palabra, enfatizando en el término por duodécima vez–. Y no te preocupes, en un año seré arquitecto. Me ocuparé de la reforma y todo lo necesario.

Asentí con una sonrisa ladina, recordando el día que decidimos vivir juntos, y todos los "posibles" planes que vinieron después, cuando parecía que la situación nunca iba a mejorar. Y ahora, ahora no eran sueños, ahora iban a hacerse realidad. Rasqué mi nariz respondiendo a las cosquillas del polen de las flores, y escudriñé los ojos ante el fuerte viento que azotaba nuestras ropas, como si se las quisiera llevar. Por un momento, mis ojos se ensombrecieron, empañando mi vista, y sentí ganas de llorar al caer en cuenta de donde estábamos.

–A mi hermano le encantaba el campo –susurré, sintiendo un pequeño nudo en la garganta–. Le hubiera gustado haber venido aquí algún día.

Una mano firme a la vez que suave se apoyó en mi hombro, como si quisiera sostenerme, como si en cualquier momento me fuera a desmoronar, a convertir en tierra y desaparecer en el viento. Luego su mano acarició mi espalda y mi alma al mismo tiempo, a la vez que yo levantaba la vista al cielo anaranjado.

–Nunca fuimos muy unidos –hablé con un hilo de voz–. Siempre estaba viajando, y fue por eso que se contagió y…, bueno, sabes lo que pasó. –Mis ojos chocaron con su mirada cálida–. El verano del año pasado fue la última vez que lo vi –sollocé–, y ni siquiera pude abrazarlo.

–Tu intención era protegerlo, eran las circunstancias. No fue tu culpa. –Me consoló, regalándome su sonrisa reconfortante.

–¡Ey, par de ancianos! –Gritaron desde arriba, y ambos volteamos con rapidez–. ¿Tomamos fotos y se las traemos?, se van a perder la mejor parte del recorrido –dijo Samuel, apoyándose de lado en el tronco de un árbol.

–El Sol casi se oculta –respaldó Vale, desde unos metros más allá en lo alto de la colina–. No pasé casi ocho horas viajando para nada.

Dejé escapar una risa, secando de mi mejilla la lágrima que se había escapado, mientras Carlos se ponía de pie, y me tendía la mano para ayudar a levantarme.

–Mira –señaló a Samuel con un leve movimiento de cabeza–. Él perdió a su madre…

–Lo sé –sacudí la cabeza ante el recuerdo de esos horribles días.

–…y aquí está, escalando una montaña con sus amigos, y de forma física y espiritual, yendo hacia arriba desde el fondo del pozo.

–Es muy valiente –dejé escapar un largo suspiro–. ¿Recuerdas nuestro año nuevo falso?

–Cómo olvidarlo –Apartó unas ramas con el antebrazo–. ¿Por qué?

–Teníamos razón –reflexioné, subiendo con dificultad la empinada colina–. El año pasado, y el anterior, faltó familia en las cenas de Navidad.

–Por lo menos hemos aprendido algo de todo esto –habló mientras tomaba mi mano, ayudándome a continuar el ascenso–. Ya no podemos dejar nada "para después", porque podría ser demasiado tarde. Ahora somos conscientes de que la vida es algo tan efímero que se puede esfumar en un parpadeo, por eso hay que, más que vivirla, disfrutarla. –Ambos miramos hacia arriba, donde nuestros amigos nos esperaban–. Y pasar tiempo con las personas que amamos, con los que hoy están aquí, por si mañana no están.

–Cierto –continué–. Ya no es permitido guardarse los sentimientos, ni los besos, ni los "te quiero".

–Ni los sueños.

–¿Cómo el de escalar el Everest? –sonreí.

–Exacto. –Sus ojos brillaron con fascinación.

–El Everest está a casi 9000 metros sobre el nivel del mar –miré por encima de mi hombro una última vez, una última mirada al pasado, y vi las cordilleras hacerse más pequeñas–, y ahora lo más alto que podemos llegar es hasta 1900 metros. ¿Crees que lo lograremos?

Carlos dejó que en sus labios se abriera paso una media sonrisa, mientras miraba en silencio hacia adelante, como si pudiera ver el futuro. Hasta que al fin dijo, apretando mi mano con fuerza:

–Un paso a la vez, Alexa, un paso a la vez.



Los tres primeros casos de COVID-19 en Cuba fueron reportados el 11 de marzo de 2020.

En agosto de 2020 se declara toque de queda en la capital y otras provincias debido al aumento de casos confirmados. Poco después, se establece el estado de cuarentena.

El 9 de julio del 2021 los científicos cubanos  obtuvieron el autorizo de uso de emergencia de la vacuna Abdala, primera vacuna anti-SARS-CoV-2 desarrollada y producida en América Latina y el Caribe.

A partir del 29 de julio del 2021 se inicia la campaña de vacunación de forma masiva. (En meses anteriores solo se vacunaron los grupos de mayor riesgo)

A partir del 31 de mayo del 2022, se elimina el uso obligatorio de la mascarilla tras control de la pandemia.

Después de más de dos años, Cuba transita por uno de los mejores momentos después de enfrentar la pandemia. El 8 de junio del 2022 el Ministerio de Salud Pública, saca a la luz el artículo titulado: "Cuba no registra muertos por COVID-19 en la última jornada."

Entre cuatro paredes. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora