–Veo veo.–¿Qué ves?
Resoplé–.Una cosita.
–¿De qué color es? –Repitió por décimo sexta vez en los últimos doce minutos.
–Es…no tiene color.
–No es posible.
–Bueno, supongamos que es… ¿blanco? –Moví un poco la cabeza, haciendo que mi cabello bailara a los lados de mi cara.
–¿Supongamos?, ¿qué estás mirando? –Inquirió, en su aburrida posición normal, con la cabeza hacia arriba.
–Una partícula de polvo sobre la mesita.
–No puedes ver una partícula, y menos de cabeza.
–Tú tampoco –refuté–. Yo gano.
–Eso es trampa.
–Suelo hacer trampa cuando me aburro –me apoyé en el reposabrazos, y con un pequeño impulso dejé de ver el mundo al revés.
–¿Tenemos algo mejor que hacer?
–¿Parchís? –Propuse, y su ceja levantada fue la respuesta–. Vale, no.
–Buscaré algo que leer.
Pasó frente a mí dirigiéndose a la pequeña estantería. Supongo que después de horas de póquer, ajedrez, dados, Scrabble, monopolio, y todos los juegos de mesa que se puedan imaginar, no nos quedaban muchas opciones para matar el aburrimiento. Aunque más bien, era el aburrimiento el que nos mataba a nosotros.
–Veamos… este colorido –volvió a mi lado con un libro en las manos–. Mis cuentos de caballos, de Ivette Vian Altarriba. ¿Tienes libros de cuando eras niña?
–Sí, conservo algunos.
–Tiene varios cuentos –observó su interior en un rápido y corto pasar de páginas–. ¿Cuál es tu favorito?
–Había uno que me gustaba y me daba un poco de miedo al mismo tiempo –lo tomé en mis manos, sintiendo una pequeña nostalgia–. La Luna en Las Quimbambas. Me atemorizaba pensar lo que sentía el caballo estando en la luna.
–¿En la Luna?
–Te explico –deslicé el dedo por las ilustraciones mientras le iba contando–. Trata sobre un niño que estaba solo en el mundo, excepto por su caballo. Un día hizo una apuesta con una bruja, a ver quién decía la mentira más grande. Si ganaba él, su caballo volaría. Y lo hizo, pero cuando se dio cuenta, pensó que se iría lejos, sin él, y volvería a quedarse solo.
»Así que lo mantenía amarrado y escondido. Cuando conoció a una chica, y se enamoró, le mostró el caballo con alas. La gente enamorada hace muchas tonterías. Un día decidió soltarlo, y a la mañana siguiente ya no estaba. Al mirar al cielo lo vio posado sobre nada menos que la Luna, masticando hierbas, como si hubiera hierbas en la Luna. Desapareció por años, hasta que una noche descendió por la cuesta de una montaña con la luna en el lomo. Llegó junto al niño, que ya era un anciano, y se volvió su amigo de nuevo, aunque nunca había dejado de serlo.«
–Interesante –opinó–. Nunca comprendí muy bien las enseñanzas de esos libros.
–Yo tampoco. Pero por si acaso, nunca hagas una apuesta con una bruja.
Mientras yo seguía hojeando el libro de cuentos, sentía su mirada fija en mi rostro. Tanto que me obligué a levantar la vista, para toparme con una expresión de curiosidad.
–¿Qué? –inquirí.
–Creo que en realidad no tienes vértigo –soltó de buenas a primeras.
–Claro que sí –defendí mi condición, algo confundida.
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Entre cuatro paredes. ©
Teen FictionUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...