Día 11

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Me revuelco sobre las sábanas, resoplando. ¿Desde cuándo dormir se volvió el acto más difícil del mundo? Es como si mi cama se hubiera agrandado mágicamente, y todo este espacio, no tiene sentido que sea solo para mí. Me giro hacia el otro lado y estampo la almohada contra mi rostro. Me quedo un rato en esa posición, hasta que escucho unos ruidos provenientes del salón. La tos aguda de Carlos se escucha claramente a través de la puerta, que yo había dejado abierta por si… bueno, por si cualquier cosa. Miré la pantalla de mi celular, y encima de un Wallpaper de una tormenta resaltaban los números blancos: 5: 21 AM.

Me envolví en mi bata de dormir. No, les miento, no tengo bata de dormir, pero siempre quise decir eso. Caminé hasta el salón, arrastrando un poco los pies, con las manos en los bolsillos de mi aburrido pijama.

–¿Estás bien? –me recosté a la pared, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja.

–Sí –se aclaró la garganta desde el sofá.

–¿Tomaste las pastillas para…?

–Sí, Alexa, no te preocupes –me cortó tajante, antes de romper en otro ataque de tos.

–Te traeré agua.

–No la necesito.

–No te estaba preguntando.

Me deslicé a oscuras hasta la cocina, volví con su vaso de agua y encendí la pequeña lámpara de mesa. Tomó el recipiente de mis manos de mala gana, sorbió un poco y lo dejó sobre la mesita, por si volvía a necesitarlo, supuse.

–Buenas noches –se reacomodó en el sofá, envolviéndose en la manta con los ojos cerrados.

–¿Me estás diciendo que me vaya?

–Sí, adiós.

Solté el aire por la nariz, mientras cambiaba mi peso de un pie a otro, mirando en todas direcciones.

–¿Aun estás aquí? –abrió uno de sus ojos con un deje de molestia.

–¡Lo siento, vale! –Levanté las manos en el aire–. Me rindo, ya no quiero pelear.
Se sentó en una esquina del sofá, dejó la manta de lado y apoyó una mano en su frente, como si tuviera un gran cansancio acumulado.

–¿Qué es lo que sientes Alexa? –apoyó los codos en sus rodillas separadas.

–Lo que te dije ayer, las cosas horribles que solté sin más…

–Ya lo sé, no me refiero a eso.

–¿Qué?

–¿Qué es lo que sientes por mí?

Todo el discurso que tenía ensayado en mi mente pidiendo una disculpa, acabó siendo tirado a la basura. Bueno, tal vez podría reciclar algunas partes para esta conversación. Hice un ademán de sentarme a su lado, pero su mirada fue una clara advertencia de distanciamiento, así que me dejé caer en el otro extremo del sofá.

–¿Y bien? –se echó hacia adelante para tomar otro sorbo de agua.

–¿Y si retomamos el tema de ayer?, yo te pido las disculpas que tenía ensayadas, tú me perdonas y todos felices.

Entre cuatro paredes. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora