Carlos.–¡Bienvenido! –Gritaron a coro mis amigos cuando entré a la residencia.
Me sorprendió cómo el cuarto de la universidad se mantenía exactamente igual, algo desordenado, pero acogedor, y mi cama estaba tal como la había dejado, con las mismas arrugas en las sábanas, como si nunca me hubiese ido.
–Hola chicos –choqué los puños con ambos–, me gustaría abrazarlos, pero saben que no puedo…
–¿Abrazarnos? –Samuel soltó una risa, dejándose caer en la cama–. Alexa sí que te ha ablandado.
–Uno menos para salir a ligar. –Félix, mi compañero de habitación, soltó un suspiro dramático–. Un minuto de silencio por otro soldado caído.
–¿Los de cuarto año no tenían examen hoy? –Me dirigí a Samuel luego de voltear los ojos.
–Es dentro de media hora –respondió sin mucho interés.
–Sí, y yo pospuse mi salida hasta las cuatro –gruñó Félix, subiendo las escaleras de su litera hasta quedar sentado en lo alto, balanceando los pies–. Así que más te vale contarnos como fue vivir con un ligue. Admito que tuvo su parte buena pero…
–Ya no es un ligue –lo interrumpí–. Ahora es mi novia.
Ambos se quedaron mirándome un tanto atónitos, Samuel un poco menos sorprendido, pero el rubio de ojos claros no tardó en comenzar a reír. Luego de intercambiar unas miradas de diversión, el chico de mi curso, ese con el que había compartido habitación por un año, dijo:
–Más te vale resumirnos lo que ha pasado antes de comience el examen de Samu.
–¿En media hora?, imposible –admití, dejando caer la cabeza en mi almohada, a pocos metros de la otra litera–. Pero sí que puedo contarles un par de historias divertidas.
8:59 PM
Día 19
Edificio abandonado.–Bueno… apúrate –susurró, ignorando la ironía de la manada–. Van a ser las nueve.
Bajamos el resto de los escalones, pero yo continué pensando en la ciudad a oscuras, rebuscando en mi mente el nombre de una pintura a la que me recordaba esa vista. ¿Cuál era, cuál era?–Listo –empujé la puerta cuando llegamos abajo, cuyas bisagras soltaron un fuerte crujido metálico.
–¡No hagas ruido!
–No fue intencional –repliqué.
–¡Oigan! –Ambos volteamos la vista en la misma dirección–. ¡¿Qué están haciendo ahí?!
–Ay madre…
–¡Corre! –tomé a Alexa de la muñeca antes de que terminara la frase.
El policía detrás de nosotros soltaba maldiciones a la vez que nos pedía detenernos, pero nosotros ni siquiera miramos hacia atrás. ¿Otra multa?, no gracias.
–¡No podemos ir a mi casa! –me dijo cuándo nos aproximábamos.
–¡Vamos a rodearla para despistarlo!
–Siempre me meto en líos por tu culpa.
Esquivamos la casa en medio de respiraciones aceleradas. Ninguno de los dos estábamos en buena forma justo ahora.–Lo perderemos en ese callejón –señaló con un jadeo.
–Ya casi llegamos. –La linterna del policía seguía tras nosotros cuando miré hacia atrás.
Dejé que Alexa me guiara por la entrada de un callejón estrecho y húmedo, donde tuvimos que esquivar sacos y bolsas de basura cada dos pasos. Cuando llegamos a lo que parecía ser el final, nos escondimos detrás de una pila de cajas de cartón, acuclillados cerca del suelo. Tanto el olor a alimentos descompuestos como las moscas flotaban en el aire. Nuestros rostros invisibles, solo escuchando nuestro aliento y los llamados lejanos del policía. Sin previo aviso recibí un manotazo en el hombro.
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Entre cuatro paredes. ©
Teen FictionUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...