Carlos.
–Tengo una idea –salté en el sofá.
–Tus ideas me asustan –frunció un poco el ceño a mi lado, desconfiada.
–Ayer fue "Navidad" –dibujé las comillas con mis dedos–. Hoy no tenemos nada que hacer.
–¿Y qué?
Adopté una postura firme, haciendo que volteara los ojos.
–Por el poder que me ha concedido el aburrimiento, decreto este día como el treinta y uno de diciembre del presente año –declaré–. ¿Sabes qué se hace en estas fechas? –La animé con el mentón para que respondiera.
–¿Comer galletas viendo Friends? –torció la boca, mirándome como si el encierro estuviera afectando gravemente mi salud mental.
–¿Qué clase de Navidades terribles has tenido? –Ironicé, un tanto asustado–. Dar regalos Alexa, en Navidad y año nuevo se dan regalos.
–Ah, eso –comenzó a reírse–. Primero, ya he gastado suficiente dinero en ti, y segundo, te recuerdo que estamos encerrados, que aunque te sientas mejor no podemos salir a comprar nada –puso un dedo en mi pecho, con una presión acusatoria–. Deberías hacer reposo.
–Me siento bien –aparté su mano con delicadeza–. Además, ¿quién ha dicho nada de comprar?
Entrecerró los ojos en mi dirección, pareció pensarlo por un momento, y luego dio un largo asentimiento, derrotada.
…
–Tú primero.
–Ah no –canturrié–. Las damas primero.
–Vale –refunfuñó–. Que conste que fue lo primero que encontré.
–Consta en acta –me mordí los labios, a la expectativa.
¿Cómo habíamos hecho los regalos?, simple, con la caja de los recuerdos, como me gustaba llamarla. El trato era que cada uno haría lo que pudiera con lo que encontrara, y tendríamos alrededor de una hora para poner a volar nuestra imaginación y sacar del pecho a los niños que una vez fuimos.
Estiró la mano en mi dirección, entregándome algo parecido a una tarjeta. Como la imitación de un libro, la hoja de papel rojo se doblaba al medio, donde unía sus extremos una pegatina en forma de lazo.
–Te esmeraste –levanté la cabeza, riendo.
–Sólo ábrela –ordenó de mala gana.
Saqué la pegatina, y abrí la tarjeta. En su interior, encima de "Feliz Navidad" estaba escrita una frase. La leí en voz baja, mirando de reojo como se encogía en los cojines, apenada.
–Es mejor un "poco a poco" que dure toda la vida, que un "para siempre" de un par de meses –leí en voz alta, para molestarla–. Muy romántica.
–Vi la frase en Internet y me gustó, solo eso –murmuró.
–No sabía que usaras Internet –endureció la mirada, como respuesta–. No te enfades. Vamos, es mi turno.
Poco entusiasmada, tomó la mano que le ofrecí. Atravesamos el pasillo hacia la habitación, y su agarre se volvió suave, hasta un poco tierno, cuando divisó mi regalo encima de la mesita de noche. Se soltó con delicadeza, y fue a observarlo de cerca, a observarlo con sus ojos de niña.
–Carlos… –lo tomó entre sus manos, con cuidado–, gracias.
–No es nada –crucé los brazos recostándome en el umbral.
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Entre cuatro paredes. ©
Teen FictionUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...