Alto, muy alto ¿Dónde estoy? Percibo una voz aguda, lejana, infantil y escalofriante al mismo tiempo.Hickory Dickory Dock, el ratón subió al reloj.
Mis pies se mueven por inercia. Avanzo hacia el borde de algo, ¿un acantilado? No, madera, mis pies crujen sobre la madera. La voz cantora vuelve a rebotar en mis oídos.
Hickory Dickory Dock, el ratón subió al reloj.
El pánico me oprime el pecho, un paso más y caeré a las sombras. No quiero caer, no desde aquí arriba. La fuerza invisible que me empuja no tiene intención de detenerse. El mismo pedazo de canción parece sonar más rápido, más alto, más cerca. Esperen, ¿yo soy el ratón?
El reloj marcó las dos, y el ratón cayó…
Un último empujón, y el sonido de dos campanadas me lanzaron al abismo. Intenté sostenerme de algo, pero no pude, solo me quedaba esperar entre lágrimas y gritos el impacto del suelo.
Hickory Dickory…
–¡No! –grité, abriendo los ojos de golpe.
–¡Vale!, ya no te abrazo –resopló Carlos apartando las manos de mi cintura–, nos despertamos de muy mal humor por aquí.
Un sueño, solo fue un sueño. Repito en mi cabeza, escurriendo el sudor de mi pecho y frente. Una pesadilla, mejor dicho, ¿o mejor pensado?, si no se lo he dicho a nadie no puedo usar esa expresión, ¿verdad?–No, no era contigo –hablé intentando controlar mi respiración.
–¿Estás bien? –se incorporó un poco sobre el colchón–. Estás pálida.
–Tuve un sueño muy extraño –llevé una mano a mi frente–. Había…una canción infantil, que me empujaba hacia el vacío.
Se quedó mirándome con una ceja enarcada, y una expresión fusionada entre risa y algo de miedo.
–Bueno, olvídalo. ¿Cómo te sientes hoy? –quise saber.
–Un poco mejor.
–Me alegra escuchar eso.
–¿Pero sabes que me haría sentir realmente bien? –el guiño de su ojo hizo que volteara los míos.
–Ya te he dicho que no.
–No sabes lo que es.
–Claro que sí –hice un ademán de levantarme.
Me tomó del brazo y tiró en su dirección con suavidad. Empujó mi nuca con la otra mano, hasta hacer que nuestros labios impactaran en un beso, todo lo contrario de suave. Un beso feroz, hambriento, nostálgico.
–Sería muy feliz si… –susurró, mordiendo mi labio inferior.
–¿Si qué? –oculté el jadeo que se formó en mi garganta.
–Si… si me traes el desayuno a la cama.
–¿Qué?
Soltó un par de carcajadas encogiéndose de hombros. Le arrojé una almohada a la cara, indignada.
–¿Por qué eres tan mal pensada? –recibí un almohadazo de su parte.
–Lo aprendí de ti.
–Mentirosa, son esos instintos lobunos que tienes.
Y así se inicia una guerra de almohadas.
–Estás enfermo, esto no es justo, no puedo pegarte con fuerza –me moví hacia el otro lado de la cama.
–Y tú eres mujer, estamos empatados –se apoyó sobre las rodillas, cubriendo su rostro como un boxeador.
–Eres… un… machista –recibió tres almohadazos, uno por cada palabra que dije.
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Entre cuatro paredes. ©
Teen FictionUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...