–¿Café o té?–Cerveza.
–¿Cerveza, por la mañana?–enarqué una ceja.
–Sí, ¿algún problema?
–Bueno, solo queda una, tú sabrás.
Me preparé una de las infusiones que Lau me había recomendado, Carlos sacó la última lata del refrigerador y nos sentamos en el salón a ver la noticias. Los nuevos casos iban aumentando de forma alarmante, y la cifra de fallecidos era mayor cada día que pasaba. No importaba que canal pusiera, todo lo que veía frente a mi eran imágenes de hospitales, niños enfermos, médicos.
–¿Podrías cambiar el canal de nuevo? –pegunté llevándome la tasa a los labios.
–Es el último –respondió con el mando a distancia en la mano.
–Prueba de nuevo –volví a sorber la infusión.
–Es todo lo que hay…
–Seguro hay alguno que no has puesto.
–Te dije que ese era el último.
–¡Pues apaga la maldita televisión! –Mi voz sonó más alto de lo que quería–. Perdona, yo…
–¿Estás bien? –Apagó la tele y se sentó a mi lado–. Oye… –tomó mi barbilla, haciendo que lo mirara–, no nos va a pasar nada.
–Lo sé –aparté su mano.
–Sé que te sientes mal, es normal.
–Estoy bien, ¿ok?
Escuchamos sonar mi celular, y fue el momento perfecto para dar por terminada la conversación, y mi excusa para no seguir hablando.
–Podemos hablarlo –insistió.
–Es mi madre –dije con un hilo de voz mirando la pantalla–. No le he dicho nada, es muy paranoica y lo más probable es que venga a cuidarme ella misma.
–Dile que estás bien –estiró su cuerpo sobre el sofá.
–No lo entiendes, a mi madre no le basta con decirle que estoy bien, ella necesita pruebas. –El celular dejó de sonar–. Colgó.
–Genial –levantó el pulgar desde su posición.
–¡Ay no!
–¿Qué pasó? –se levantó de un tirón.
Estaba a punto de entrar en pánico. Le mostré la pantalla del celular. Lo que faltaba, una video llamada.–Escóndete –susurré.
–¿Por qué hablas bajo si aún no has contestado?
–¡Que te escondas! –levantó las manos entre risas y se marchó a la habitación.
Me alisé un poco el pelo con las manos. Escaneé mi alrededor asegurándome de que no hubiera nada sospechoso antes de deslizar el dedo por la pantalla y fingir la sonrisa más incriminatoria de la historia.
–¡Hola mamá! –saludé agitando la mano frenéticamente.
Llevaba su sombrero playero de color rosa y unas gafas oscuras. Parecía que estaba tomando el sol en el balcón de casa, como hacía siempre.
–¡Hola cariño!, ¿por qué no me has llamado? ¿Estás comiendo bien?... –comenzó a hacer preguntas a diestra y siniestra, mientras a mí solo me daba tiempo a negar o asentir con la cabeza–. ¿Mantienes todo ordenado como te enseñé?
Esa pregunta encendió una pequeña alerta roja en mi cabeza.
–Mamá, ya llevo un año viviendo sola y…
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Entre cuatro paredes. ©
Teen FictionUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...