–¡Tienes que quedarte quieta!–¡Estoy quieta!
–Pero si no paras… de… moverte.
–¡Es que eso no me gusta! –Supliqué con un puchero–. ¿Es necesario?
–Claro que es necesario –afirmó–, y haremos esto durante diez días, así que es mejor que te vayas acostumbrando.
¿Saben una cosa que odio?, las gotas por la nariz. Siento que me voy a asfixiar, que esas gotas irán directo a mis pulmones o algo así. Ya sé, es un poco exagerado, bueno, bastante exagerado. De todas maneras no tuve mucho tiempo para pensar en las consecuencias. Estaba acostada en el sofá, mientras Carlos, gotero en mano, intentaba hacer que más que yo entrara en razón, que entraran las gotas por mi nariz.
–Es una gotita de nada –aseguró, como si le estuviera hablando a una niña.
–Carlos…–Mi mirada era seria, severa.
–¡A ver esa naricita!
–Si vuelves a decir algo así te juro que…
Sentí la gota fría bajar por mi nariz. Desgraciado, me estaba distrayendo, aunque no fue tan malo como recordaba.
–Ves que no fue nada. Vamos para el otro lado.Lo que faltaba, ahora se creía médico, y aún más, peluquero. Al final el corte de pelo no quedó tan mal, terminé con el cabello por debajo de los hombros y algo disparejo, pero como nadie iba a verme en los próximos quince días o algo así, no le di demasiada importancia. Me quedé mirando la atención que ponía en lo que estaba haciendo. La forma en que trataba de distraerme. Ponía tanta concentración en lo que hacía que…
–¿Qué miras? –dejó caer la gotita y levantó los ojos.
–Nada –mentí.
–Te has portado bien, pero no tengo piruletas. –Me regaló una sonrisa pícara, malvada y divertida–. Aunque podría darte algo parecida.
–Eres un pervertido. Por cierto, ¿qué haces en bóxer?
–Verás –se rascó la cabeza, desviando la vista–, ya no me queda ropa limpia.
–¿Por qué no lo habías dicho antes? –Me incorporé en el sofá, sorbiendo por la nariz.
–¿Para qué?
–Para lavarla –traté de levantarme pero me tomó de la muñeca sentándome de nuevo.
–No vas a lavar nada, tienes que hacer reposo, lo dijo la…
–Sí, la doctora psicópata, ya sé –solté un suspiro–. Pero yo no soporto estar sin hacer nada, además también tengo ropa sucia que lavar.
–Lo haré yo –encogió los hombros.
–¿Lo has hecho antes? –crucé los brazos sobre mi pecho.
–No, pero siempre hay una primera vez para todo.
–Yo estoy bien, yo puedo, enserio.
–Que no.
–Es mi casa, no me puedes decir que hacer.
–Eso era un argumento más que válido.
–No, pero te puedo amarrar a la cama.
–¿Eso es una amenaza o una propuesta? –enarqué una ceja con diversión.
–Por ahora –levantó el dedo señalándome–, es una amenaza.
–Bien –suspiré derrotada–, pero harás exactamente lo que te diga.
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Entre cuatro paredes. ©
Novela JuvenilUn virus que fue subestimado, y dos personas que violaron las medidas. Yo diría que esos fueron los principales factores de esta ecuación. Alexa, una chica de veinte años, economista, con experiencia en relaciones no amorosas, conoce a Carlos. Un ch...