Prólogo

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El cielo parecía haberse resquebrajado sobre los dos hombres que forcejeaban escondidos en la densa negrura de la noche. Los restos de una lluvia de diminutos cristales brillaban bajo la luz de la impasible luna llena. Ella era el único testigo de la desdicha que se sobrevenía.

Una figura encapuchada deambulaba lentamente por la mitad de la carretera desierta. El golpeteo de sus botas sobre el suelo era el único ruido que perturbaba el silencio de aquella escena. Su capa, similar a una maraña de sombras que bailaba al son del viento, envolvía casi por totalidad el cuerpo del desconocido.

Un coche destrozado yacía patas arriba en mitad de la autovía. La luz intermitente de los focos dejaba al descubierto la silueta de un segundo individuo que jadeaba a escasos metros del vehículo destartalado. Un denso charco de sangre lo rodeaba por completo. Movía la cabeza de un lado a otro, intentando vislumbrar a su agresor, pero no veía más que oscuridad por todas partes.

El atacante parecía estar disfrutando del momento. Se movía con gracia, casi bailando, acercándose al cuerpo tendido en el suelo, acompañado por la música que provenía de la radio del coche despedazado.

Lo primero que pensaría cualquier persona ajena al observar la escena sería que aquellos dos hombres iban tremendamente borrachos. No sería descabellado creer que el coche se había estrellado a causa de un accidente.

Por desgracia, no había nadie más allí para atestiguar la inminente tragedia. Incluso de haber habido alguien cerca que intentara ayudar al hombre herido del suelo, no hubiera sido capaz de salir vivo de allí. Habría muerto a manos del atacante en cuestión de segundos.

—Tranquilo, tranquilo. Esto acabará enseguida—susurró el primero con voz burlona.

Había dejado de canturrear. Se hallaba quieto a escasos centímetros de su víctima. Una enorme sonrisa macabra adornaba su afilado rostro. Los ojos le brillaban con la misma fuerza de las estrellas que observaban el horror desde arriba.

—Por favor, no lo hagas—suplicó el otro—. Todavía no...

Una estruendosa carcajada rompió el silencio como un rayo que atraviesa las nubes, haciéndose eco de la tormenta que estaba por venir.

—Sabes que es lo justo. Esto es lo que les pasa a los que les dan la espalda a los suyos— gritó con furia.

Alzó las manos al cielo y chasqueó los dedos. No apartó los ojos del cuerpo herido en ningún momento. Lo último que la figura tumbada en el suelo vio antes de morir fue la melena azul de su asesino bailando en la noche.

Una fuerza invisible golpeó al hombre que suplicaba por su vida. Salió disparado por los aires para terminar estampándose contra el suelo al compás de la música de sus huesos partiéndose en pedazos.

Después se hizo el silencio.

La radio del coche seguía sonando cuando el asesino desapareció escondiéndose entre los oscuros brazos de la noche.

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