6: Paralelismos

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Todo parecía estar muerto allí. Una inquietante calma reinaba en aquel lugar. La neblina morada que teñía el cielo revelaba una figura que yacía tumbada en el suelo. No había nadie más a su alrededor. Unos enormes edificios de aspecto abandonado la resguardaban del viento que soplaba desde el sur.

Estella recuperó la conciencia en mitad de la nada. No tenía la más mínima idea de dónde se hallaba. Tardó unos segundos en ordenar los sucesos que rondaban por su mente. Recordó lo ocurrido en el bar, pero las pistas se volvían en un puñado de imágenes desdibujadas e inconexas en su cabeza que se mezclaban entre sí.

Tan solo podía acordarse de la mujer desconocida saltando sobre ella y de que hacía calor. Mucho calor. No supo exactamente cuándo o por qué, pero lo siguiente que ocurrió fue que se hizo el silencio y todo paso a ser blanco.

Allí también hacía calor.

Por mucho que se esforzara en ordenar todas las imágenes y sucesos que la habían llevado hasta allá, no conseguía establecer ninguna conexión entre el bar y el desierto en el que se encontraba. Se había despertado sola y no sabía dónde estaba, ni cómo había llegado allí. Lo único de lo que estaba segura era de que la ciudad, el hotel y toda su vida habían quedado lejos. 

Trató de incorporarse lentamente. Sentía su cuerpo pesado y dolorido. Tenía la cabeza a punto de explotar. A pesar de la desorientación, intentó estar alerta. Algo le hacía intuir que no estaba a salvo. 

¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Qué le estaba pasando?

Si tenía que llamar a aquello de alguna forma, diría que se trataba de magia. No obstante, se negaba a aceptarla. Jamás había sido capaz de hacer ninguna cosa así. Nunca. Ni siquiera había visto algo semejante hasta que toda aquella locura empezó. Y sin embargo, allí estaba: haciendo que las cosas volaran por los aires y viajando de un lugar a otro de forma inconsciente. No había explicación alguna y tal vez fuera mejor que siguiera siendo ajena a todo aquello.

—¿Dónde estoy?—su voz de desvaneció en aquella enorme e infinita nada.

Nadie respondió.

Estaba sola y lo había perdido todo, incluso a sí misma. Se sentía débil. Todo su cuerpo se le asemejaba extraño, como si sus ojos no fueran los suyos y sus dedos no le pertenecieran. Era una desconocida en su propio cuerpo. Y eso la asustaba mucho. Tenía la sensación de que ni siquiera se podía fiar de su propia sombra.

Se quedó de pie un rato, observando el paisaje que se extendía ante sus ojos. El sol se escondía tras los edificios que vestían el desolado desierto. No había nada más salvo cuatro construcciones abandonadas y montículos de arena que se sucedían hasta perderse en la lejanía.

Comenzó a andar lenta y torpemente hacia aquellos enormes edificios. Tenía la esperanza de toparse con alguien que la ayudara. Pero el único ruido que podía percibir era el de su propia respiración. Ni siquiera el viento soplaba en aquel terreno hostil. La arena no se alteraba lo más mínimo. Tampoco se escuchaba a los animales caminar. Aquel sitio parecía estar muerto.

No le llevó mucho tiempo alcanzar uno de los enormes rascacielos. Todos los edificios parecían haber sido arrancados de alguna ciudad para terminar puestos allí sin ningún motivo aparente. Saltaba a la vista que aquél no era su sitio, pero había algo familiar en ellos. 

Reparó en las ventanas rotas y agrietadas, la fachada sucia y descuidada y la entrada totalmente vacía. Algo había ocurrido allí. El silencio, la intranquila tranquilidad y lo antinatural que parecía todo el panorama no le inspiraban la más mínima seguridad. Y pese a todo, su mayor preocupación no era descubrir dónde estaba, sino volver a la ciudad. ¿Qué haría cuando cayera la noche? ¿Y si no lograba volver y quedaba para siempre atrapada en aquel desierto?

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora