20: Jaque

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Una brecha se abrió en el cielo nocturno y de ella salieron cuatro cuerpos que se acercaban rápidamente hacia el suelo. El primero cayó de pie sobre el césped de forma elegante y sofisticada. El resto aterrizó con torpeza. Hubo un par que perdieron el equilibrio y terminaron tumbados sobre la hierba.

Aquel lugar parcía estar muerto. Se respiraba una pesada atmósfera de calma en aquel lugar, como si el tiempo no tuviera potestad alguna allí. Todo estaba quieto y en silencio, pero todo daba vueltas a su alrededor. Aquélla era la desventaja de desvanecerse: la sensación de mareo no se disipaba hasta pasados unos minutos. 

Nathaniel observaba a sus compañeros tendidos en el suelo. Estella fue la primera en incorporarse. No tardó en advertir en que el peligro podría estar escondido en cualquier rincón. Debían mantenerse alerta.

—¿Dónde estamos?—la cabeza de Mason aún daba vueltas y balbuceó aquellas palabras a susurros y con torpeza,  como si temiera que alguien lo escuchara.

El mago le tendió la mano a Mason y le ayudó a levantarse. Todos lo miraban con los ojos abiertos, ansiosos por obtener alguna respuesta.

La oscuridad había devorado todo a su alrededor. La ligera capa de niebla que acentuaba la falta de visión parecía esconder tras ella todas las dudas, temores y miedos que tenían. Era un lugar escalofriante.

—¿No te suena este sitio, Estella?—el tono de sorpresa con la que formuló aquella pregunta le molestó ligeramente.

No conseguía entender por qué aquel campo debía serle familiar. ¿Acaso no podía revelarles la respuesta en lugar de andarse con jueguecitos?

Sentía la fría hierba a sus pies, cediendo a medida que su peso ejercía más y más presión sobre ella. La escasa iluminación nocturna tampoco permitía ver mucho más allá. La suave brisa rozaba su piel descubierta.

—Es el cementerio de la ciudad—al ver que el rostro de la joven rubia no formaba ninguna expresión, decidió añadir algo más—. Tu ciudad, Estella. Nos conocimos aquí. En este lugar.

Los recuerdos acudieron a la llamada de las palabras de Nathaniel a la velocidad de un torbellino que arrasa con todo lo que tiene cerca. Rememoró la gótica entrada recargada, que se erguía de forma fría y elegante. Se vio a sí misma de rodilla sobre la tumba de Rob. Las flores. Su voz. Lágrimas. El cabello rubio bailando al compás del viento.

—No lo había reconocido.

—Eso es porque estamos en la otra cara del cementerio—aclaró él—. En el lado mágico. 

Cynthia dio un paso adelante y carraspeó para llamar la atención de sus compañeros.

—Vale, ¿qué hacemos ahora?—interrumpió bruscamente. Era evidente que estaba muy nerviosa. Necesitaban moverse. Estaban totalmente expuestos. Cualquiera podría verlos allí—. No podemos quedarnos aquí, cualquiera nos puede ver. 

Los cuatro parecieron reaccionar ante sus palabras.

—Creo que lo mejor sería dividirnos en parejas—propuso Mason—. Podemos peinar la zona y volver a juntarnos aquí dentro de, no lo sé, ¿media hora?

—Me parece bien—siguió Nathaniel mientras echaba la vista a su alrededor—. Pero tenemos que andar con cuidado. Habrá guardias vigilando la zona. No nos podemos permitir el más mínimo error. Aún estoy a tiempo de arrepentirme de haberos traído aquí. Así que no me falléis.

No estaba del todo cómodo en aquella situación. Había desobedecido el plan. Estaba yendo en contra de las órdenes que había recibido por parte de El Consejo. Como algo saliera mal, la mayor parte de las consecuencias recaería sobre él y conocía de sobra el castigo al que se enfrentaban los traidores. Era el responsable de aquello. Había sido él quien los había llevado hasta allí.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora