16: Resurrección

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¿Estaba muerta?

Todo a su alrededor era silencio y oscuridad. No había nada más salvo la nada y el vacío. Por fin había dejado de sentir. En aquel limbo no había cabida para el sufrimiento. Flotaba en mitad de lo que parecía ser el fin del mundo.

Deseaba que fuera así y que su vida estuviera rozando los créditos que acompañaban al final. No había música. Nadie aplaudía. Algo en toda aquella calma le hacía sospechar que aún había vida en ella. Su corazón parecía haber dejado de sentir, pero seguía latiendo. No entendía por qué seguía aferrándose a la vida, después de que la hubiera destrozado de tal manera. Ojalá pudiera soltarla y caer.

El frío la acariciaba con delicadeza. Fría y marchita, incapaz de moverse. Incapaz de hablar. Flotaba en un mar que no llegaba a ningún puerto. Deseaba seguir así, para no tener que enfrentarse a los de sus fantasmas que la esperaban junto al faro. Ansiaba perderse en la eternidad y no volver jamás.

No había sangre. El fuego en sus venas se había extinguido. Las lágrimas tampoco se atrevían a salir en un lugar tan desolado como aquél. Su corazón, tan desértico y vacío de sentimientos se asemejaba vertiginosamente a aquel inhóspito lugar.

Solo había lugar para la paz en aquel oasis en mitad de la catástrofe. El tiempo parecía no correr en mitad de la oscuridad.

No sabe cuándo, pero empezó a caer. Suave y paulatinamente. Tardó en inmutarse de que se movía, aunque el vértigo no tardó en llamar a su puerta. Alguien la llamaba desde el otro lado.

¿Estaba muriéndose al fin?

Sentía que una luz la abrigaba. Ya no había frío. Todo parecía haberse derretido a su alrededor.

Empezó a caer. Y cayó. Y cayó. Y cayó.

Sus ojos se abrieron. Volvía a respirar. Había llegado la hora de despertarse. Estaba viva otra vez.

***

Había vuelto a la vida en contra de su voluntad. Todo su cuerpo parecía estar ardiendo. Tenía la cabeza a punto de explotar. No había lugar más que para el dolor.

Durante unos escasos segundos que se prolongaron más de la cuenta, Estella permaneció con los ojos cerrados, temerosa de atestiguar lo que aguardaba al otro lado de la oscuridad.

Los primeros ápices de luz que penetraron sus ojos carentes de vida derritieron su retina. Se le escaparon un par de lágrimas. Sintió un tremendo escozor en la garganta al respirar la primera bocanada de aire. Su cuerpo estaba en ruinas y su alma rota en pedazos.

Estaba viva y dolía más que nunca.

Decenas de fotogramas corrían por su cabeza sin orden alguno. No escuchaba otra cosa salvo la marea de sonidos, gritos y voces que no llegaba a comprender. Trataba de encontrarle el sentido a todo lo que estaba pasando, pero lo único que sentía era dolor. Dolor de pensar en aquello, dolor por haberlo vivido.

Su brazo ardía, al igual que su mano. Fue aquel escozor insoportable lo que hizo que todo fuera adquiriendo nitidez poco a poco. Aterrizó de golpe. Los recuerdos de lo ocurrido la abofetearon con fuerza.

Unas frías paredes de piedra rodeaban toda la habitación. Docenas de velas y antorchas colgadas en los muros que tenía a su alrededor arrojaban un poco de luz, dando vida a sombras que no paraban de bailar sobre la piedra.

Giró la cabeza en un movimiento que le arrebató una mueca de martirio. Se incorporó ligeramente sobre el camastro en el que se encontraba. Unas finas sábanas blancas la cubrían por completo, aunque el frío fue capaz de cruzarlas y rozar su piel desnuda. Vestía una especie de bata blanca e impoluta.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora