3: Vigilia

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La mesa del salón estaba abarrotada de libros y cuadernos. El pequeño baúl descansaba en una esquina a escasos pasos de Estella. Hacía ya unas horas desde que había abandonado la soledad de su habitación, pero la cabeza le seguía doliendo tanto como por la mañana y el estómago aún le daba vueltas.

Sostenía entre sus dedos una tarjeta dorada a la que no dejaba de mirar. Se había escapado de entre las páginas de la libreta de la investigación que había leído una y otra vez, tratando de encontrar respuestas entre las palabras con las que Rob vaticinó su muerte.

Al recogerlo del suelo, advirtió en un símbolo captó su atención: un libro atravesado por una daga de punta sangrienta. El lado inverso lo ocupaba una dirección y un único nombre: Umbra. A su lado, se podían leer las dos palabras escritas con misma caligrafía que cubría las páginas del cuaderno del que se había escurrido: La Sociedad.

Llevaba horas en la misma posición. Asía un ejemplar tras otro en sus manos de forma famélica, como si aquella obsesión por traer a Rob de vuelta y por entender lo que había pasado la alimentaran. Se negaba a darse por vencida. Los hechos y secretos desvelados en las últimas horas hablaban por sí solos: el mundo que tenía ante ella era muy peligroso. Pero le daba igual. Necesitaba descubrir qué era aquello que le había arrebatado a quien más quería.

Un zumbido entre los cojines del sofá la trajo de vuelta de aquel trance. Era su teléfono. Le sorprendió ver que aún tenía batería. Lo agarró y procedió a leer los mensajes que se le habían acumulado junto unas cuantas llamadas perdidas de Lucy y un par de amigos más. No respondió a nadie.

Hubo un único mensaje que acaparó por completo su atención. Provenía de un número que no tenía registrado. No tardó en reconocer de quién se trataba.

Ya me he enterado. Siento mucho tu pérdida, Rose. Vuelve a casa.

Su madre.

Llevaba meses sin hablar con ella y no tenía ninguna intención de romper su silencio. Contuvo las ganas de lanzar el dispositivo contra la pared. ¿Cómo se atrevía a mandarle aquel mensaje después de todo lo que le había hecho?

—Que te follen.

Cerró la app de mensajería y abrió el navegador. Tecleó las cinco letras que formaban Umbra. Nada. Ninguno de los resultados le dio pista alguna sobre las palabras escritas en aquella tarjeta. Probó a buscar la dirección que figuraba y en el mapa apareció una calle situada relativamente lejos de su barrio. No conocía la zona. Buscó la ruta más rápida. Estaba a una media hora en metro.

Se incorporó lentamente, casi como un autómata. El cuerpo le pesaba y le daba la sensación de que todo se movía a cámara lenta, pero sabía lo que tenía que hacer. Llegó al baño. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta. Se desnudó y entró en la ducha. Evitó mirarse al espejo. No le apetecía volver a ver su reflejo juzgándola desde el otro lado.

El agua que descendió por su piel obró maravillas. Su cuerpo se desprendió de toda la suciedad que había acumulado durante la última semana. O casi toda. No había forma de deshacerse de la capa de abandono que cubría cada milímetro de su cuerpo y que ya había echado raíces por todo su interior, pero se sintió algo más ligera al salir.

Al termianr, volvió a entrar en su habitación, que olía incluso peor que antes. Fue directa al pequeño armario de madera situado al fondo. Se vistió lo primero que encontró: unos vaqueros negros y una camisa de cuadros de franela. La prenda azul aún olía a Rob. Las lágrimas no tardaron en aparecer. Le costó secárselas, pero no le quedaba otra alternativa. La posibilidad de encerrarse allí y no salir jamás al exterior la estaba tentando, pero en el fondo sabía que iba a terminar destruyéndola.

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