12: Madrugada

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Lágrimas translúcidas en el suelo. Una alfombra tejida con brutalidad y violencia. Figuras encapuchadas, sombras sacadas de las más oscuras pesadillas que cualquier niño podría tener, que recorrían cada rincón de aquel maldito santuario. El oasis para tantos en mitad de la vorágine ahora olía a muerte. Gritos que se negaban a disiparse incluso horas después de que el huracán de sangre y destrucción se hubiera largado a otro lugar. Contra las paredes rebotaba el eco de los golpes, las explosiones y los impactos.

Aquella noche el enemigo había entrado en la tierra sagrada y la había profanado. Habían arrasado con todo lo que se habían encontrado a su paso. Lo que hasta hacía escasos minutos había sido un refugio, un lugar lleno de luz y esperanza, había pasado a ser un frío cadáver de roca lleno de miedo y cenizas.

Caos y destrucción.

Ya no quedaba nada.

***

El trayecto de vuelta había sido protagonizado por un frío y pesado silencio contra el que ninguno opuso resistencia alguna. No hubo ningún intercambio de palabra, ni siquiera el más mínimo y sutil gesto que desvelara alguna intención de comunicarse. Cualquier resto de vida se había quedado atrapado dentro del edificio del que habían salido sin que La Sociedad opusiera resistencia.

Confusos y desorientados. A pesar de que sus cuerpos caminaran juntos por las calles vacías, sus mentes volaban lejos de allí. Intentaban silenciar las miles de preguntas que forcejeaban, ansiosos por salir de sus gargantas. Las perplejidad y el miedo parecían controlarlos como marionetas. Ninguno era suficientemente valiente como para disparar las dudas que carcomían sus pensamientos.

Nadie se atrevía a mirar a Estella. Un millón de interrogantes rodeaba su cuerpo. Había mucha luz que arrojar en aquel agujero negro de preguntas. Ninguno entendía cuál era el motivo por el que habían podido salir de allí. Abandonaron la base de La Sociedad por la puerta grande, sin que nadie opusiera resistencia alguna a su huida. El enemigo los había acompañado de la mano. Les había faltado darles las buenas noches.

Lo único que habían podido escuchar fueron las palabras que Isabelle había empleado al dirigirse a su presunta hija. E irónicamente, aquélla era la cosa menos descabellada de todo lo que había ocurrido en las últimas horas.

Estella, a quien habían acogido como si fuera una más de ellos. La chica tímida y asustadiza que ni siquiera era capaz de comprender qué ocurría dentro de ella o a su alrededor. ¿Acaso había sido todo una patraña?

La conmoción los atizó por sorpresa cuando se encontraron con la puerta del cobertizo abierta de par en par. Aquello había hecho saltar todas las alarmas. Ellos eran los únicos que conocían aquella entrada y nadie habría dejado la puerta de su casa abierta en tiempos como aquellos. Sin embargo, no fue hasta llegar abajo, cuando se encontraron de frente con la oleada de caos y destrucción.

No hubo gritos, ni sollozos. Ni siquiera lágrimas al encontrarse cara a cara con la catástrofe. Ya no quedaba nada salvo ruinas. Ante ellos se extendía un panorama frío y desolador. La Guarida había muerto y ellos no había sido invitados a su entierro.

En lugar de cualquier tipo de reacción llena de rabia, furia o impotencia, fue la parálisis quien tomó el control de sus cuerpos. El miedo que había recorrido cada recoveco de sus esqueletos mientras se encontraban en la base de La Sociedad era un mero escalofrío en comparación con el pánico que los invadió.

El silencio era lo único que había quedado en pie tras la masacre. Fue él quien les advirtió de que el peligro aún seguía estando cerca. Hubo un pequeño y casi imperceptible ruido que puso a Jyke alerta. No supo identificarlo, ni tampoco precisar de dónde venía. Tal vez se tratara de un susurro o del roce de alguna prenda contra el suelo, pero fue suficiente para cerciorarse de que no estaban a salvo.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora