17: Lazos

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Podía escuchar desde su habitación a la lluvia repiquetear contra el pequeño ventanal. Era el único lugar que arrojaba un poco de luz al interior de aquella cueva. Sobre una pequeña, aunque sorprendentemente cómoda cama cubierta de sábanas oscuras, Estella intentaba deducir si lo que se veía a través del pedacito de cristal en la pared era real.

El Refugio parecía estar situado frente a un precipicio entre las montañas, escondido en mitad de la nada. Las altas colinas grises agujereaban el oscuro cielo invernal y se perdían nada más echar la vista hacia arriba.

Era pronto. Aquella mañana se había despertado antes de lo habitual. El tranquilo silencio mañanero indicaba que la gente aún seguía descansando. Tras dar unas cuantas vueltas sobre la cama, Estella se dispuso a ponerse las prendas más cómodas que pudo encontrar y se dirigió hacia las cámaras de entrenamiento.

Al igual que todas las mañanas desde su llegada al Refugio, lo primero que hacía nada más levantarse era irse a entrenar y aquel día no iba a ser ninguna excepción. Nathaniel le había prometido que recibiría la formación necesaria para comprender y dominar sus poderes.

Era como volver a empezar otra vez y todo se le antojaba tremendamente familiar. Especialmente, porque aquella rutina no distaba mucho de la que había llevado en las semanas en las que vivió en La Guarida. No había mañana en la que no pensara en Nile, Seline, Dana y Jyke. Le resultaba inevitable entrenar y no acordarse en ellos.

En menos de diez minutos, Estella llegó una amplia sala repleta de armas y artefactos que aún no había tenido la ocasión de emplear. Media docena de elegantes lámparas de araña colgaban del techo.

—¡Buenos días!—saludó una grave voz femenina llena de energía.

—¡Hola, Cynthia!—vociferó Estella formando una media sonrisa a duras penas.

Sus ojos se encontraron con lo enormes ojos azules de su entrenadora. La mujer que tenía frente a ella no era muy alta, pero aquello no era un impedimento a la hora de hacerse notar. Siempre que entraba a una habitación repleta de gente, lograba que la gente reparase en su presencia nada más cruzar la puerta.

Como era habitual, vestía de negro de los pies a la cabeza. Tenía una mirada capaz de hipnotizar a cualquiera que cayese en aquel océano azul. Llevaba el pelo corto y teñido del mismo color de sus ojos recogido en una especie de coleta hecha a todo correr. Se había dejado algunos mechones fuera y había dejado sus gafas en una mesa en la esquina de la sala.

—¿Lista para entrenar?

Estella asintió.

La primera parte del entrenamiento era puramente físico y no distaba mucho de lo que la gente solía hacer en los gimnasios corrientes a los que solía ir cuando aún vivía en la ciudad.

Comenzaban con una breve sesión de meditación. Les ayudaba a vaciar la mente de cualquier preocupación y se preparaban para lo que se disponían a hacer a continuación. Tras unos quince minutos en los que ordenaban sus pensamientos, comenzaban a machacar el cuerpo hasta terminar exhaustas.

Después de un breve descanso, volvían a meditar y daban paso a trabajar con sus habilidades. Llevaban unas cuantas semanas intentando controlar del todo el don de Estella de mover las cosas a su antojo.

Lo que antes eran explosiones en las que todo salía disparado por los aires se habían convertido en pequeños, aunque controlados movimientos. En las primeras semanas había aprendido a llamar correctamente a la magia en su interior. Ahora era capaz de emplear sus poderes cuando quisiera y había logrado ampliarlos. Era capaz de atraer objetos que se encontraban fuera de su campo de visión o incluso en habitaciones separadas.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora