11: Espinas

19 1 1
                                    

—Hola, Rose—se limitó a decir su madre a la vez que clavaba su gélida mirada en ella, que ardía cada vez que la posaba sobre su piel.

El resto de los ocupantes de la habitación se tornaron invisibles. Seguían allí de pie, a escasos metros de ella, pero Estella no podía verlos. Observaban la escena en silencio, sin atreverse a interferir. El mundo se había parado y la única respiración que podía percibirse era la de ellas dos: su madre y ella.

La voz de aquella mujer retumbaba contra las paredes de su cabeza; un eco incesante que no llegaba a morir. Cada palabra que salía por aquella boca que tan bien conocía se clavaba en su corazón, dejándola totalmente paralizada.

Helada.

Sus miradas se cruzaron y ambas pudieron ver todo un arcoíris de sentimientos reflejado en ellas. Las de Estella eran frías como el invierno. Las de su madre, en cambio, eran de un rojo abrasador. Una de ellas tenía muchas preguntas y la otra deseaba desaparecer de allí con todas sus fuerzas.

El agudo golpeteo de unos tacones oscuros contra el suelo era uno de los escasos ruidos que se percibían en la estancia. Todo el mundo se hallaba en silencio; sin pestañear para no perderse ni el más mínimo movimiento de aquel inesperado espectáculo.

—Me gustaría hablar con mi hija a solas—fue lo único que dijo Isabelle—, por favor.

Formó una sonrisa forzada al pronunciar el final de la frase. Un gesto lleno de poder y mando. Todos se quedaron impávidos al escuchar aquellas palabras brotar de su boca.

Acto seguido, todos abandonaron la sala de reuniones sin titubear. Los hombres que agarraban bruscamente a sus compañeros tiraron de ellos con fuerza. Dana intentó resistirse, aunque resultó en vano. Estaba retenida por un desconocido que la sujetaba sin hacer esfuerzo alguno.

La oficina quedó vacía a excepción de ellas dos. Ahora sí que estaban solas.

Cuando la puerta se cerró, Isabelle volvió a mirar directamente a su hija, que se hallaba petrificada por la confusión y el amargo desarrollo de los hechos que la habían llevado hasta ese punto. ¿Qué hacía su madre allí? ¿Qué tenía que ver con Rob? ¿Quién era aquella mujer en realidad?

—Bueno, supongo que tendrás muchas preguntas, Ro...

—Estella—la interrumpió con una voz tan temblorosa que resultaba difícil de comprender.

—Como quieras, Estella—rectificó—, aunque ambas sabemos que ése no es tu verdadero nombre.

—Tú me pusiste un nombre. Me hiciste ser alguien que no era—Estella vomitó aquellas palabras sin darse cuenta. Lo hizo de forma automática, como si hubiera perdido la potestad sobre su cuerpo—. Yo soy Estella.

La tensión se podía palpar en el ambiente. Era algo casi físico, tangible y violento. Volvía a estar frente a la bestia de la que creía haberse deshecho tiempo atrás. La herida que aparentemente había cicatrizado a los meses de haberse ido de casa volvía a sangrar y escocía más que nunca.

—Como quieras—repitió la mujer rubia—. Sé por qué estás aquí, y quiero advertirte de que te estás metiendo en asuntos que no te incumben. Me sorprende ver que has llegado hasta aquí. Tu padre y yo hicimos todo lo posible para aislaros de este mundo.

Isabelle acababa de decir que su padre y ella intentaron mantenerlas alejadas de todo aquello. Para su sorpresa, aquella revelación no la agitó. Le pareció incluso coherente que supieran de sus poderes. Desde que todo aquello empezó, había pasado noches enteras cuestionándose todo aquello y aquélla no era más que una posibilidad más que se había acabado por confirmar.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora