7: Llantos

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Una pelota de papel golpeó la pared y rebotó hasta posarse sobre la mesilla de noche. El sobre—o los retos que quedaban de él—parecía un cadáver despellejado hecho trizas en el suelo. Estella no paraba de temblar sobre la cama.

Deseaba con todas sus fuerzas poder huir y desaparecer para siempre. Quería salir de allí con todas sus fuerzas, pero era incapaz de moverse. El miedo la dominaba por completo y no iba a permitir que se diera a la fuga.

La carta había surtido en ella el efecto de una dolorosa bofetada. El mensaje era claro y conciso: Devrob sabía dónde estaba, pero no iba a ser él quien fuera a por ella. Había adjuntado una dirección en la nota, aclarando que la esperaría allí.

Las pocas palabras escritas elegantemente en tinta negra eran una clarísima indirecta: si no aparecía en la dirección indicada, sería él quien iría a visitarla al hotel. No sabía cuál de las dos posibilidades le resultaba más espeluznante.

Lo lógico sería huir y desaparecer, pero no era capaz de esconderse. Fuera a donde fuera él la acabaría encontrando. Tan solo había una forma de acabar con aquello y era yendo al lugar en el que él la esperaba. Un callejón sin salida. Prefería enfrentarse a él a estar escondiéndose, porque tarde o temprano terminarían por dar con ella

Lo único que uno podría alcanzar a escuchar en la habitación era su llanto cada vez más débil. Se iba apagando paulatinamente, como si las lágrimas tampoco ser atrevieran a salir, no a su rescate, pero tampoco a su consuelo. No había nadie que le susurrara al oído todo lo alguien le podría prometer. Había sido abandonada en mitad de una carretera al lado del desierto y que nadie volvería a buscarla.

Fue en la mitad de la noche—el único oasis que Estella encontró en el huracán en el que se había sumado su vida—cuando un grito irrumpió como un rayo que parte el cielo por la mitad y la trajo de vuelta a la vigilia. Un llanto desgarrador la arrastró de vuelta a la realidad. Y no era el suyo.

Había algo casi terrorífico en el eco de aquel grito. Estaba suplicando ayuda. Al principio, pensó que se trataba de un producto de su maquiavélica imaginación, pero el lloro era cada vez más fuerte y lo escuchaba más y más cerca

Quizá se tratara de una trampa de Devrob, pero aquel grito parecía provenir de alguien que necesitaba ayuda de verdad. Había sinceridad en él.

Sentía a su corazón bailar violentamente en su pecho mientras las enormes gotas de sudor bailaban sobre su piel blanquecina. Una parte de ella no paraba de gritarle que estaba loca y que se estaba exponiendo al peligro como una idiota. Salió descalza al pasillo intentado identificar el lugar del que provenía aquel ruido. Rozaba las paredes con sus diminutas uñas devoradas vorazmente.

Se acercaba al final de pasillo y seguía sin saber quién estaba llorando. Podía oír los gritos más cerca que nunca, pero no lograba dar con la habitación. Optó por volver a su cuarto cuando una sombra pasó corriendo velozmente frente a ella y se escabulló tras una puerta. No pudo identificar a la persona tras la cual se movía aquella sombra. Sin embargo, reparó en la puerta entreabierta. Tan solo alcanzó a advertir unos rizos cobrizos que bailaban en el aire antes de perderse tras el umbral.

Se acercó con suma cautela. Se quedó quieta tras la puerta, conteniendo la respiración e intentando escuchar cualquier ruido que proviniera de aquel lugar. Al principio, no hubo más que silencio, pero poco antes de que Estella decidiera rendirse volvió a escucharlo.

Un llanto de niño hizo que diera un pequeño brinco. Lo que había visto pasar ante ella debía de ser un niño. ¿Qué hacía allí? ¿Dónde estaban sus padres? Estiró el cuello para ver al pequeño más de cerca. Viendo la forma en la que lloraba y la estatura que tenía aquella figura, no debería de tener más de diez años.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora