10: Madriguera

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Estella no los vio marcharse. Ni siquiera escucho cómo se perdían sus pasos en la lejanía. Los tres compañeros abandonaron La Guarida a las nueve en punto—siguiendo con lo planeado— y ella evitó mirar el reloj para no lamentarse. Se sentía un estorbo. Fuera de lugar. Estaba cansada y enfadada por la crispada situación que habían vivido unas horas antes. La forma tan brusca en la Jyke que había actuado con Dana le resultó excesiva. Era injusto.

Una parte de ella se había quedado tranquila al escuchar que no iba a formar parte del plan. Pese a haber progresado considerablemente, no se veía preparada. Aún no. Pero no podía evitar sentirse culpable porque Dana estaba condenada a quedarse allí con ella. Estuvo pensando en ella largo y tendido. Había sido relegada de la misión en contra de su voluntad y parecía que las cosas con Jyke estaban peor que nunca.

Tras dar la reunión por terminada, Estella volvió a la sala de entrenamiento. Quiso hacer como si nada, pero por primera vez desde su llegada, Dana no la acompañó. Se fue directa a su habitación, intentando que las lágrimas provocadas por la rabia y la impotencia no brotaran hasta que estuviera sola y nadie pudiera verla.

Se encontraba medio adormilada cuando escuchó el ligero repiqueteo tras la puerta. Dio media vuelta sobre la cama, pensando que se trataría de algún ruido sin importancia. Pero quien se encontraba al otro lado seguía insistiendo y aporreaba la puerta una y otra vez.

—Soy Dana. Ábreme la puerta, por favor.

Se recostó y acudió a su llamada. Al arir, la luz iluminó el oscuro pasillo y reveló el rostro colorado de Dana. Sus ojos aún seguían rojos y brillaban con el brillo propio de la convicción. Vestía de negro de los pies a la cabeza y llevaba una mochila oscura colgada en la espalda. No necesitó escuchar nada más para descubrir qué tramaba.

—Vístete—ordenó—. Nos vamos.

Recordó lo tajante que había sido Jyke con su decisión. Tampoco pudo ignorar el vértigo que le provocaba la mera idea de hallarse sola e impotente ante el enemigo.

—Pero Jyke ha dicho que...—replicó, debatiéndose entre los sentimientos encontrados en su interior.

—Me da igual lo que ese gilipollas haya dicho—le cortó Dana—. Yo me voy, ¿te vienes?

Dudó por un instante.

¿Y si se encontraba con Devrob? ¿Y si metía la pata y las pillaban? Giró la cabeza mientras se decía que nada tenía por qué salir mal. Tenía un mayor control de sus poderes del que tenía antes y, por suerte, había salido airosa de todas las situaciones peligrosas en las que se había visto envuelta. Tan solo irían a recopilar información. Eso sería lo único que harían.

Tampoco quería dejar sola a Dana. Estaba dispuesta a seguir adelante y daba igual si ella decidía acompañarla o no. Si se quedaba allí y le pasaba algo, Estella no se lo podría perdonar. Al fin y al cabo, había sido ella quien la salvó aquella noche en el hotel. Estaba en deuda con ella.

Asintió con falsa decisión.

Se vistió rápidamente. Unos pantalones oscuros y unas botas negras. Lo primero que agarró del armario. Se puso una sudadera, también negra, por encima y agarró la mochila que reposaba sobre la incómoda silla de madera junto a la cama. Fue una de las primeras cosas que recibió nada más empezar a entrenar. Los cuchillos tintinearon en el interior de la bolsa cuando se la puso en la espalda.

—Vamos.

Cinco minutos más tarde, Estella y Dana estaban fuera. La luna brillaba sobre los aparcamientos del polígono industrial. Una moto roja las aguardaba a escasos metros de la caseta por la que acababan de abandonar La Guarida.

EstellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora