La luz penetró en la estancia totalmente oscura junto al crujido de la puerta al abrirse. Aquel rayo de luz reveló un cuerpo sin vida manchado de sangre que descansaba sobre el suelo de piedra. Ante él, se alzaba decoroso un enorme trono.
—Dime que traes algo de luz que arrojar sobre esto—susurró una voz cuyo eco serpenteaba a lo largo de la estancia.
Una figura enfundada en una larga capa oscura cerró la puerta tras de sí. La habitación volvió a sumirse en la penumbra, a excepción de unas pocas velas que rodeaban el cadáver.
Sentado en el trono, un hombre de mediana edad esperaba impaciente a recibir información a cerca de la muerte de su lacayo. No necesitó que el desconocido se despojara de la capucha tras la que escondía su rostro. Conocía aquellos andares tan bien como los suyos mismos.
Se hallaba apasionado ante las infinitas posibilidades que se escondían tras aquel sangriento crimen. El muerto había sido uno de los mejores asesinos que había tenido a su disposición. Muy pocos podrían haberle hecho frente y lograr salir airosos de aquel encuentro.
—Creo que los cristales hablan por sí solos—contestó una voz femenina bajo la capucha.
Señaló con su brazo tembloroso las heridas abiertas sobre la piel del hombre. No pudo esconder lo impactante que le resultó ver el rostro contraído por el terror que revelaba el muerto. Sus mechones azules, que antes aparentaban tener vida propia, descansaban inertes y revueltos sobre su frente. Era imposible que algo humano hubiera sido capaz de llevar a cabo semejante horror.
—¿Han encontrado algún rastro que indique qué ha acabado con su vida?—preguntó desde el altillo sin separar sus ojos del cadáver.
Al contrario de la mujer encapuchada, ningún escalofrío recorrió el cuerpo del hombre sobre el trono. Le parecía gracioso, incluso irónico, que aquel asesino hubiera terminado muerto de aquella forma. Sin embargo, aquella forma de matar lo fascinaba. Jamás había estado ante tal proeza.
—Alguien con unas capacidades bastante—se tomó su tiempo para elegir con cautela la última palabra—inusuales.
—Sin embargo—prosiguió él—, es evidente que la ejecución deja mucho que desear, aunque no podemos negar que ha sido... eficaz.
Hubo una pausa. Alguien se acercaba rápidamente por el pasillo. No tardaría más de unos pocos segundos en llamar a la puerta.
—Espera un segundo—anunció el hombre desde las sombras—. Tenemos visita.
Y como si hubiera sido capaz de anticiparse al futuro, el grueso portón de madera no tardó en volver a abrirse, dejando a la luz colarse en el interior una vez más.
—Vaya, vaya—dijo divertido—. ¿A qué se debe esta inesperada visita, Héctor?
Un joven hombre de apariencia esbelta había irrumpido en la sala. Saltaba a ojos de los presentes que se encontraba nervioso, aunque aquello no era nada sorprendente. Eran pocos quienes no se alteraban al entrar a la sala del trono.
—Tenemos a un par de ellos—anunció con voz temblorosa—. Estaban cerca de la escena de la muerte.
Héctor, que intentaba disimular su miedo a toda costa, no se había fijado hasta aquel momento en el cuerpo inerte tirado en el suelo a escasos centímetros de él. Se le heló la sangre nada más verlo. Los rumores que había estado escuchando a lo largo del día se habían confirmado.
—Dime, Héctor—comenzó, aunque sus ojos se posaron en un enorme cuadro que adornaba la pared de piedra—, ¿quiénes son exactamente?
—Estaban viviendo en la casa del campo. Eran tres, pero uno logró escapar nada más entrar en la casa—temía que el hecho de que uno de ellos consiguiera huir trajera consigo consecuencias poco agradables—. Un chico y una chica. Jóvenes. No sabemos nada sobre ellos y se niegan a soltar prenda. Es evidente que están relacionados con lo ocurrido.
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Estella
FantasíaEl cuerpo de un hombre aparece tirado en la esquina de una carretera a medianoche. Cuando Estella, una joven de veintidós años que trabaja como tragafuegos, descubre que se trata de su novio, se ve envuelta en una frenética trama de misterio, asesin...