CAPÍTULO IV

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—Chicos, tengan cuidado con eso. Dice frágil por una razón. —Damaris se cruzó de brazos.

—No seas tan dura con ellos. —volteó a ver a Seyn, quien le sonrió—. El viejo quiere despedirse de nosotros, será mejor que vayamos. Quiero estar en Dria lo antes posible.

—Seyn, sigue siendo tu padre. No le faltes el respeto. —su amigo se encogió de hombros, y salió de la bodega con ella.

El Rey se encontraba en el puerto, esperando por ellos, y los miles de súbditos tras él, que deseaban despedirse de su príncipe.

—Hagan sentir orgullosa a su casa. —les dijo, luego de abrazarlos a cada uno.

—Confía en nosotros, padre. —Seyn le devolvió la sonrisa, que engañaría a cualquiera, por lo genuina que se veía, sin embargo, Damaris sabía que su amigo solo estaba fingiendo por el pueblo que estaba observando cada uno de sus movimientos.

—Será mejor que nos vayamos ya. —dijo Damaris, observando su reloj de bolsillo—. Me aseguraré de que todo salga excelente, Mi Señor.

—Estoy seguro que así será. Vayan, no querrán que se haga tarde.

Seyn asintió, y se dio la vuelta, para subir al barco, por lo que Damaris lo siguió un momento después.

Se acercó a su amigo, quien se despedía de sus súbditos con sonrisas y gritos entusiastas.

—¡Que la pasen bien con sus familias y amigos! —gritó Seyn, por última vez, y agitó las manos en señal de despedida—. Vamos, Mar, hazlo tú también. —la instó, dándole un codazo imperceptible en el brazo.

Damaris se esforzó en sonreír, y levantó su mano, despidiéndose de su gente.

La nave se puso en marcha, lo que la alivió. No le gustaban las multitudes, aun cuando estaba lejos de ellas.

—Iré a mi camarote. ¿Nos vemos para cenar? —le preguntó a Seyn, quien se había muy callado de repente—. ¿Seyn? —lo llamó, con el ceño fruncido.

Su amigo desvió su mirada del puerto, que cada vez se alejaba más de ellos, y sonrió.

—Sí, nos vemos en la cena. —su amigo se separó de la borda—. Iré a descansar.

Damaris lo observó en silencio, mientras él simplemente desapareció de su vista, en dirección a su camarote.

Comenzaba a preguntarse si en serio estaba tan animado por ir a Dria como le decía.

Comenzaba a preguntarse si en serio estaba tan animado por ir a Dria como le decía

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Se levantó de un golpe, sin poder respirar.

Su estómago estaba revuelto, y tenía ganas de vomitar su cena.

Tocó su rostro, apartando los mechones de cabello que caían sobre su frente sudada, mientras regulaba su respiración.

Se sostuvo con una mano, alerta, al no reconocer en dónde se encontraba, pero le tomó un segundo percatarse del suave balanceo del barco.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora