CAPÍTULO VII

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Seyn estiró los músculos en el momento en que pisó tierra, fijando su vista en su amiga, quien parecía exhausta.

Torció el labio, al darse cuenta que las noches en vela le estaban pasando factura a Mar, quien, a pesar de su sonrisa mientras conversaba con Mer, parecía como si quisiera morirse.

—Lastair —llamó al hombre, quien revisaba sus pertenencias en su maleta de mano. Él enarcó una ceja hacia Seyn, quien se acercaba a paso lento—, ¿no te importa si Mar nos acompaña?

Lastair miró a su amiga, quien ahora guiaba a los soldados con el equipaje.

—No tengo problema. Se ve cansada.

—Sí, es por eso que quiero que nos acompañe. —le dio una palmada agradecida en la espalda, y se acercó a su mejor amiga—. Oye, Mar, ¿vienes con nosotros?

—No puedo hacer eso, y lo sabes.

—No creo que Mer y Collin tengan problema en que nos acompañes.

—Seyn...

—Escúchalos por ti misma. —la interrumpió, y chifló.

Mer volteó a verlo, con una ceja enarcada. Seyn se rio ante su expresión, y con nerviosismo, le hizo un gesto para que se acercara.

—¿Su Alteza?

—Mer, ¿te importa que Mar nos acompañe en el carruaje? —Mer frunció el ceño, y miró de Seyn a su mejor amiga, quien solo suspiró.

—No sé si en serio necesiten mi respuesta, pero no tengo problema, Su Alteza.

—Sabía que no lo tendrías. Gracias. —le lanzó un beso, de manera casi inconsciente, que congeló a Seyn por un segundo.

Sintió su rostro calentarse con fuerza, y deseó no haber hecho eso. Se encontró con la mirada de Mer, quien era el perfecto ejemplo de rostro en blanco.

Seyn quería morirse, pero Mar fue quien lo salvó del ridículo, carraspeando, incómoda.

—Entendí tu punto, Seyn. Los acompañaré, si eso es lo que quieres. —Seyn apartó su mirada de la de Mer, y sonrió, todavía queriendo lanzarse por un puente por la estupidez que acababa de cometer.

—Entonces te esperaremos. —contestó, tratando de no mirar al hombre, y se dio la vuelta, para acercarse de nuevo a Lastair.

—¿Todo bien? —preguntó, con el ceño fruncido.

—Si tienes la oportunidad, lánzame por la ventana. —contestó Seyn, pasando por su lado directo hacia el carruaje.

—Lo que acabas de decir es absurdo. —contestó Lastair, siguiendo su paso.

Se acomodaron en los afelpados asientos del carruaje, esperando con paciencia a que fuera la hora de irse.

—Las pesadillas de Damaris son constantes, ¿no? —Seyn enarcó una ceja ante el tema que Lastair trajo a colación.

—Algo así. Aparecen cada tanto tiempo.

—Mmm.

—¿Qué pasa?

—No, nada. Es raro.

—Mar me dijo que es por lo que pasó cuando era niña, porque las pesadillas comenzaron cuando llegó al palacio.

Lastair no le contestó, pues la puerta del carruaje se abrió, dejando ver a su mejor amiga, quien no perdió el tiempo en subirse y sentarse a su lado.

—¿Listos? —preguntó Mar, sacudiéndose la ropa.

—Sí, todo está listo. —contestó Seyn, todavía extrañado por la breve conversación que tuvo con Lastair.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora