CAPÍTULO XXXIV

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—Deberías decorar más esta oficina. —dijo Mik, jugando con el tablero de ajedrez en la mesita.

—¿Podrías largarte? —preguntó Mer, exasperado, a un lado de Damaris, quien escribía un informe en silencio.

—Estoy aburrido, así que debes aguantarme.

—Los obligaré a salirse de aquí a los dos si siguen discutiendo. —dijo Damaris, sin mirarlos, ocasionando que ambos dejaran de discutir.

Suspiró, y siguió con su trabajo.

Los días habían pasado con una lentitud y tensión insoportables para ella.

Había logrado perfeccionar el arte de la cautela frente a todos en el palacio... o al menos eso quería creer.

No estaba segura de si podría seguir así por mucho más tiempo.

Castien nunca le había hecho sospechar de él, y jamás le había vuelto a mencionar que sabía que le estaba ocultando algo, así que Damaris sentía como si le hubieran puesto una mordaza en la boca, porque todavía no podría decir nada.

Se sobresaltó al escuchar el golpeteo en la puerta, que enseguida se abrió, por lo que Mik apenas alcanzó a hacerse invisible. Un truco del Grimorio de Atolon bastante útil.

—Dam. —saludó Cas, con una sonrisa brillante en los labios.

—¿Qué pasa? —preguntó extrañada, y luego se sorprendió al ver que no estaba solo.

Diev, o más bien, Ther de Rariot, a quien no había visto en más de un mes, había entrado tras Castien, con la suave sonrisa que lo caracterizaba.

El corazón de Damaris se aceleró al verlo, con la conversación que habían tenido a las orillas del lago todavía bastante presente en su mente.

—Embajador Diev. —se levantó de su asiento, inclinando ligeramente la cabeza.

—Su Alteza, un gusto volver a verla. Me alegra que haya regresado con bien. Lamento no haber podido venir antes a visitarla.

—No hay problema. Estoy bien ahora.

—Aunque todavía no tenemos pistas sobre quién hizo esto. —Castien sacudió su cabeza, suspirando, frustrado, pero luego sonrió—. Olvidemos eso un momento, el Embajador Diev está aquí porque debe darnos una buena noticia.

—¿Ah, sí? —Damaris enarcó una ceja, curiosa.

—Sí. Hace unos días atrás, el príncipe Bastian fue encontrado.

—¿Qué cosa? —preguntó, sorprendida—. ¿Dónde lo encontraron? ¿Él está bien?

—No me dieron mucha información, pero aparentemente está bien. Las cosas en el palacio parecen estarse poniendo un poco tensas por su regreso, pero me temo que no tendremos información de lo que ocurre hasta un tiempo después. Todo está ocurriendo a puerta cerrada.

—Oh. —soltó Damaris, parpadeando, sorprendida.

Dria era conocida por hacer juicios públicos, y todo lo referente a la familia real era sonado en cada rincón del reino por la familiaridad de los mismos con los ciudadanos. Que el regreso del primogénito sea tratado a puerta cerrada significaba que había algo muy serio ocurriendo.

—¿Y viniste acá para informarnos? —preguntó, sonriendo.

—A decir verdad, sí, y también porque tenía un poco de tiempo después de encargarme de unos asuntos, así que aproveché para viajar e informar al Rey Dreklai en persona.

Damaris asintió, un poco nerviosa.

Dejó que Castien llevara el mando de la conversación. Su amigo parecía estar viendo un rayo de esperanza ahora que el príncipe Bastian había regresado.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora