CAPÍTULO XXVI

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—Cuando era niño, viví en nuestro palacio de verano un tiempo. —Damaris frunció el ceño, cuando lo escuchó—. Sabes por qué, ¿verdad?

—Tenías una salud precaria, así que te llevaron allá con la Reina Ginet para recibir un tratamiento. —respondió tomando el vaso en sus manos para beberlo de a poco.

Sin duda la bruma en su cabeza desapareció, pero las ganas de vomitar seguían ahí.

—Yo nunca he tenido una salud precaria. —corrigió. Damaris frunció el ceño—. Jamás me viste sufrir de ningún mal, ¿verdad?

—Creí que el tratamiento había funcionado.

—Nunca hubo un tratamiento, tonta. —puso los ojos en blanco—. Esa fue la estúpida excusa que puso mi padre para enviarme allá con mi madre sin levantar sospechas.

—¿Y entonces por qué te mandó allá? No lo entiendo.

—Porque nuestro palacio de verano está cerca de la frontera y vivíamos en momentos muy sensibles.

—Claro, la Reina Ginet murió en manos de soldados banya, y por eso regresamos a la guerra. Tú lograste escapar por poco.

—Sí, estoy seguro de que a todos les gusta relatar esa historia. ¿Qué tal si te cuento mi versión? —la sonrisa que le regaló no era nada agradable. Parecía la de un maníaco—. Queda en ti si me crees, lo cual espero que sí, así que escúchame con atención.

Damaris asintió, insegura de lo que le diría.

—Comencemos desde el principio, ¿te parece? —su amigo sonrió, con la mirada apagada—. Mi familia y la familia Aren han sido bastante unidas durante generaciones, por lo que no es sorpresa que Lord Aren y mi padre sean buenos amigos, y que mis padres se conocieran desde pequeños. —suspiró, masajeando sus sienes—. Mar, su historia de amor trágica no es tan romántica y de cuentos de hadas como la pintan.

—¿A qué te refieres? —Damaris frunció ligeramente el ceño, confundida.

—Como dije, mis padres eran conocidos de toda la vida. Mi madre conocía bastante bien a mi padre como para odiarlo; ella siempre supo que él no era un buen hombre. Cuando mi padre cumplió los 24 años, se enteró de algo que ponía en riesgo su ascensión al trono, así que, naturalmente, comenzó a buscar esposa.

—¿Y la Reina Ginet...?

—Una jovencita de la nobleza, hija menor de los Aren, hermana del mejor amigo de un príncipe destinado a ser Rey. Eran la pareja perfecta, ¿no crees? —dijo, con sarcasmo—. Mi madre siempre me dijo que mi padre no era un buen hombre, pero yo no lo entendía, así que la ignoré.

La voz de Seyn se apagó, pero se obligó a seguir con el relato:

—Cuando mi padre dio la orden de enviarnos a Cot, la manera de actuar de mi madre era algo más que pura paranoia por estar cerca de la frontera. Una noche, la escuché discutir con Yew. —Damaris se tensó al escuchar el nombre de la vieja hada—. Le recriminaba la decisión de estar en Cot. Dijo que le había dado a Dreklai todo lo que quería, y que no merecía estar ahí. Yew, por supuesto, se hizo la desentendida, pero mi madre no era estúpida. Cuando escuché que ella sabía lo que ocurría con las personas que iban a Cot, no pude evitar preguntarle qué quería decir con todas esas cosas, así que, con su usual franqueza, me contó todo. —Seyn la miró a los ojos, esbozando una sonrisa vacía—. Mi madre nunca quiso casarse con mi padre, así que la obligaron a casarse con él. Ella no quería tener hijos, así que mi padre la obligó a dárselos.

Damaris contuvo su respiración.

—Mi madre efectivamente le dio lo que quería. Le dio un heredero, así que debía vivir una vida tranquila, ¿no es así? Ella no necesitó decirme qué significaba lo de Cot, porque yo mismo lo supe a la mañana siguiente.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora