CAPÍTULO XXIV

37 7 7
                                    

—¿Segura que usó las palabras "acompañar al baile"? —preguntó Yew, todavía un poco incrédula, mientras ajustaba las horquillas que sostenían su cabello.

—Sí. —se rio—. Yo también me sorprendí, pero me alegra que me lo haya pedido. Aunque no pueda acompañarlo por mucho tiempo.

—Me parece muy extraño. —decía, mientras buscaba algo fuera del campo de visión de Damaris—. El Embajador Diev, con todo respeto, no es muy conocido por tener amigos... O parejas.

Damaris se sonrojó.

—No somos pareja.

—Conozco los ojos de una persona enamorada cuando los veo.

—No estoy enamorada de él. —Damaris se defendió, volteando a verla.

—Oh, pero le gusta. —Yew levantó una caja, y la colocó sobre su velador—. No trate de negarlo. —ni siquiera pudo hacerlo, pues su atención se mantuvo fija en la caja.

—¿Qué es...? —Damaris se quedó en silencio al ver que sacaba un tocado de la caja.

—El Rey mandó a hacer esto personalmente para usted. —Yew se concentró en colocar el tocado sobre sus cabellos, y mientras ella terminaba de peinarla, Damaris se observó al espejo, maravillada.

No quería alardear de su aspecto, pero la verdad era que se veía hermosa. El tocado estaba decorado por rosas de bronce y gemas, se acomodaba sobre su cabello, como si fuera una corona. Su cabello caía en tirabuzones en un intrincado peinado que le había hecho Yew, y sus ojos brillaban como la plata al sonreír.

—¿Por qué haría esto para mí? —preguntó, observando el tocado con interés.

—Tal vez es una noche muy especial —Yew sonrió—, y quería darte un regalo especial. Queda bien con usted.

Damaris sonrió, y buscó el broche de Seyn en su cajón. Le había dicho a Castien que lo usara esa noche, pero él lo rechazó, diciéndole que no quería problemas con su padre.

Damaris odiaba la idea de dañar su apariencia con su manto del ejército, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Se levantó, y Yew fue por su capa de general.

Abrochó el manto, y lo apartó un poco, para que el vestido se luciese.

Damaris colocó el broche de Seyn a un lado del de General del Ejército, y luego se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía cerca.

Sonrió, al gustarle lo que veía en él.

Escucharon un suave golpeteo, y Yew le sonrió, en complicidad, mientras se acercaba a abrirla.

—Embajador Diev. —la mujer asintió hacia él.

—Buenas noches, Yew. —escuchó a Diev—. Vengo a buscar a Lady Damaris.

Damaris sintió que se sonrojaba, recordando lo que Yew había dicho hacía tan solo minutos atrás, pero se acercó con diligencia hacia la puerta.

Yew se apartó, y Damaris se asomó, con una sonrisa.

—Cuando dijiste que vendrías a buscarme, no creí que lo decías en serio.

—Siempre hablo en serio. —extendió una mano hacia ella, esbozando una sonrisa, que se congeló cuando sus ojos se posaron en el tocado en su cabeza.

Damaris se detuvo un segundo, antes de aceptar su mano, analizando la reacción de Diev.

Sus brillantes ojos violetas se volvieron sombríos, y su sonrisa desapareció, uniendo sus labios en una fina línea. Lucía frío e impenetrable.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora