CAPÍTULO X

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Damaris bebió de su copa, mirando a su alrededor con genuina curiosidad.

A pesar de haber asistido tantos años a los bailes de la Unión de la Tierra, jamás se había tomado en serio su lugar como invitada. Cuando era niña no había asistido, pero cuando creció, se mantuvo al lado de Lord Aren, quien solo le daba indicaciones de lo que debía hacer, por lo que siempre había pensado en las fiestas como un trabajo. Estar ahí, sola, en el baile más importante del año, donde se suponía que solo debía preocuparse por disfrutar, la hizo sentir fuera de lugar.

El Gran Salón había sido decorado de manera espectacular. Las banderas de todos los países que pertenecían a la Unión de la Tierra lucían suspendidas en el techo. Había comida y postres tradicionales de cada región, y la orquesta tocaba las más famosas baladas de cada reino.

El ambiente en sí, era muy ameno, pero Damaris secretamente deseaba regresar a su habitación y ponerse su camisón.

No podía hacerlo, por supuesto. Estaba representado a la casa real, no solo General, sino también como hija de Rariot. Lo máximo que pudo lograr fue alejarse de la multitud y quedarse en una esquina alejada

No veía a Seyn por ningún lado, y eso no le sorprendió. El príncipe de Rariot era tan extraño de ver y tan querido, que todos querían entablar conversación con él por al menos unos segundos. Ella sabía que no lograría pasar a su lado por mucho tiempo antes de separar sus caminos.

Damaris no era muy buena para socializar, a menos que recibiera ayuda, así que difícilmente podía acumular valor para entablar conversaciones con personas mucho más importantes que ella.

Un camarero pasó frente a ella, ofreciendo una copa de un licor desconocido. La tomó, de todas formas, y bebió un poco cuando el camarero se alejó.

Hizo una mueca al sentir la amargura de la bebida.

—¿Sin divertirte? —se sobresaltó al escuchar a alguien a su lado.

Volteó a ver a quien le hablaba, y se encontró con la sonrisa encantadora del Embajador de Rariot.

—Lamento si te asusté. Te ves hermosa esta noche, Damaris.

Sintió sus mejillas calentarse ante el halago.

Ella estaba consciente del esfuerzo de Yew sobre su apariencia aquella noche. Su cabello siempre era algo que le traía muchos problemas, así que la mujer lo había adornado con rosas de cobre e hilillos de colores acordes a su Reino.

—Gracias —respondió, un poco avergonzada. No solía recibir esa clase de comentarios—. Yew hizo un buen trabajo conmigo.

—Pero tú eres hermosa aún sin su ayuda. —dijo, ladeando la cabeza a un lado, como si no comprendiera su comentario.

—Es muy halagador, pero no creo que eso sea cierto.

—Estoy seguro de que algún día verás que lo que digo es cierto. Solo necesitas distraerte un poco y mirarte a ti misma a un espejo —dijo, esbozando una nueva sonrisa—, aunque veo que no has podido disfrutar del baile.

—No es que no lo haya disfrutado, es solo que... No me gustan mucho las multitudes. Lo que es irónico, considerando que estuve en guerra, pero siempre me han gustado más las pequeñas reuniones antes que las grandes fiestas.

—Comprendo —asintió Diev, pensativo—, ¿tal vez te sentirías más cómoda si estás con alguien conocido?

—Tal vez —Damaris sonrió—, pero Seyn desapareció y no sé dónde podría estar.

—Bueno, ¿y quién necesita a Seyn si estoy yo? —Diev ofreció su mano, sonriendo—. ¿Qué tal si me acompañas el resto de la velada? Te prometo que no seré aburrido.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora