Ese de la foto soy yo, Kevin Kingston, un mentiroso de primera categoría.
¿Que por qué soy un mentiroso?
Pues lo llevo en los genes. Mi papá es un mentiroso y mi madre también lo era.
Cuando tenía seis años robé un pedazo de pastel de mi vecina y culpé a su hijo.
Estuvo más de un mes sin salir a jugar.
Luego, a los siete, pegué con cinta adhesiva una hoja de papel con el letrero de idiota en la espalda de mi profesor.
Culpé a una compañera y quedó expulsada de la clase por dos semanas.
Pensarás que es típico de un niño decir mentiras, pero no ha terminado ahí la historia.
En la adolescencia engañé a mi novia con su mejor amiga y la culpé a ella por arrojarse sobre mi.
Falsifiqué un currículum para tener un trabajo parcial en el Café de Lou.
Pero ninguna de estas mentiras se compara con la que más me pesa sostener.
Una mentira que sé que cuando sea revelada, la única persona importante para mi, me va a odiar.
Mi mejor amigo Greg.
Todo lo contrario a mi.
Habla con la verdad, dice lo que siente y cuando el mundo a su alrededor se está cayendo a pedazos, no reprime las emociones.
Nos conocimos en el hospital...mi segunda sesión de quimioterapia.
Pero como siempre mentí...en parte porque odiaba que la gente me tuviera lástima, porque quería vivir mi vida obviando el hecho de tener cáncer.
—¿Kevin? ¿En que piensas?—me dijo Kimberly colocándose el sujetador.
Si, nos habíamos vuelto a enrollar.
La había visto en una fiesta y había roto la regla de sólo una noche.
—En el buen polvo que acabamos de tener. ¿Tú en que piensas?
—En lo estúpida que soy por volver a acostarme contigo.
Ante mi cara de interrogación siguió hablando.
—Que follamos y no me vuelves a llamar. Pero si nos vemos por ahí, me voy directamente a tus brazos, maldito rubio.
Sonreí y me levanté para abrazarla desde atrás.
Su cabello tenía un olor como a rosas y besé su nuca con delicadeza.
—Tengo trabajo— ya sabía a lo que iba.
—No he hecho nada malo—bajé hasta su cuello y tracé un camino de besos—aunque eres bastante tentación.
Los vellos de su piel se erizaron bajo cada toque de mis manos.
Antes de que se girara para besarme, me aparté y me dirigí hasta el cuarto de baño.
Coloqué el seguro y la sentí quejarse del otro lado de la puerta.
Cuando salí ya no había nadie.
Solo una nota con un número telefónico que por alguna extraña razón había guardado en el bolsillo de mis vaqueros.
Me lancé a la cama y me aturdió el movimiento tan brusco.
La vista se me nubló un poco y el dolor de cabeza comenzó.
Toda la semana había estado en crisis, pero cuando estaba ebrio ese dolor se iba.
Una arqueada me recorrió la garganta y sin darme tiempo de llegar al váter, expulsé todo el alcohol que había ingerido la noche anterior.
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Detrás de sus ojos
RomantizmSi estás buscando una historia rosita, con amor y cursilerías, estás en el lugar correcto. Ella es Destiny Williams y él es Greg Adams. Se conocieron en una estúpida fiesta, rodeados de vasos rojos y alcohol, pero desde entonces no han podido ol...