La noche de la revolución

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Terminamos de cenar con un pastel de limón que se había quedado haciendo mientras nos comíamos lo que era propiamente la cena, unos entrantes y algo de carne. La cena estaba muerta, no hablábamos, todos comíamos en silencio y cada intento de empezar una conversación terminaba con un silencio más abrupto que el anterior. Pero había un intercambio de miradas que se asemejaban a una partida de cartas, todos atentos y tratando de descifrar un significado oculto. Sheen y Enl intercambiaban miradas curiosas y cariñosas; Karn y Ploit, una mirada profesional, midiéndose el uno al otro; Naia y yo, nos mirábamos de tal manera que nunca nos hubiera hecho falta hablar, lo expresábamos todo en ese contacto interminable, aprecio, preocupación, miedo... Y luego estaba Atnar, él comía con la cabeza gacha, con una mirada perdida que hacía la forma de una estrella de infinitas puntas.

— Esta cena parece más un velorio que una comida. ¡Vamos, hablemos de algo, aunque sea una discusión acalorada será mejor que esta mierda de silencio! – Dije, cansado del silencio, pues ya había tenido suficiente silencio durante mi encierro para mínimo otros tres años.

— En ese caso, tengo dos preguntas, ¿cómo conociste a Naia? Y, ¿cómo nos vamos a marchar de la Ciudadela en este caos? – Me preguntó Sheen, con algo más que mera curiosidad.

— Bueno, el plan aún lo estoy trazando, pero si todo sale bien, unos contactos míos – sentí la mirada fulminante de Naia nada más terminar de decir "contactos"-, fiables, nos van a ayudar a marcharnos mientras la cortina de humo de la revolución aún surte efecto. Y Naia, bueno, éramos dos barcos perdidos en la noche que amenazaban con estrellarse mutuamente.

— Pero ¡qué mal lo cuentas! De verdad Noit, algunas veces no te callas y otras veces hablas tan poco... Bueno, él y yo nos conocimos una noche en la que esperaba a su contacto, yo era su camarera por todo el tiempo que estuviera ahí sentado, bebiendo y ahogándose, y él a cambio me ofrecía su sonrisa cada vez que me acercaba. Al final, un día me armé de valor para preguntarle qué era lo que hacía allí cada noche, si le habían roto el corazón, y él me contesto que no, que era un asesino profesional y que esperaba a su contacto, pero me dijo que no le temiera, que por nada en el mundo me mataría – empezó a enrojecerse –, y me preguntó si tenía algún lugar dónde vivir. Ya sé que a cualquiera le parecería una pregunta fuera de lugar, pero tenía cierta confianza con él y le dije la verdad, que no, que mi único techo era aquel bar. Me ofreció un sitio en su mesa y en su casa siempre que lo necesitara y aquí estamos –. Extendió la mano haciendo un ademán de cogérmela, y yo, por no dejarla plantada, se la di.

— Bueno, ella necesitaba a alguien y daba la casualidad de que estaba cerca. Retomando el tema del plan; supongo que después de cómo han ido las cosas estos últimos días, esta noche va a haber un asalto a al primer círculo, no será el ataque definitivo sino un tanteo. No va a haber un momento de silencio y van a haber muchas muertes, si vienen a registrar la casa por algún motivo, vosotros os escondéis en el cambiador de al lado de la cocina y Naia saldrá a atender a quién venga, yo me esconderé en el altillo. Cuando pasé la noche nos armaremos, iremos con mis contactos y nos marcharemos de aquí, todos – Lo último lo dije mirando a mi compañera –. Así que vamos, a recoger que lo que descansemos es tiempo que aprovechamos.

Nos levantamos y recogimos la mesa con una breve charla y aclaraciones con respecto al plan del día siguiente. Al final, todos nos fuimos a dormir, los cinco tirados de cualquier manera en el salón, yo me fui a mi cuarto sin poner ningún candado y Naia se fue al suyo.

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Ya era muy entrada la noche cuando escuché unas pisadas ligeras, con un deslizamiento ligero cada ciertos pasos para poder ir más rápido era un bucle: pant, pat, pant, pat, shhhh... y vuelta a empezar. Entonces se detuvo en frente de mi puerta y se abrió revelando a una somnolienta Naia en su umbral. Me hice el dormido para ver que hacía y vi como avanzaba lentamente hacia mí. Con pasitos cada vez más ligeros: pint, pit, pint, pit... Y la tenía en el borde de mi cama, casi conteniendo la respiración con los ojos medio cerrados y con el corazón saltándole en el pecho.

— Naia, ¿qué pasa? ¿Hoy tampoco puedes dormir? – Pegó un pequeño salto hacia atrás del sobresalto cuando me escuchó hablar.

— Y-yo pensaba que estabas dormido... No podía dormir y pensaba en que podríamos dormir juntos – se calló pensando que mi silencio era una negativa –, está noche.

— No veo por qué no, vamos, te dejo la cama, yo dormiré en el suelo.

— Podemos dormir los dos juntos, no tengo ningún problema.

— Como tú veas Nana –. No la veía en aquella oscuridad, pero supuse que estaba roja de nuevo.

— No me llames así, ya sabes que no me gusta –. Me espetó mientras se metía entre las sábanas conmigo.

— Sabemos que te gusta, pero eres demasiado vergonzosa como para admitirlo... Nana –. Le puse la mano en la cintura –. Buenas noches.

— Buenas noches, Noit – Tartamudeaba, aunque intentaba que no se notara.

Y así se durmió, con su rostro enterrado en mi estómago, tranquila y feliz. Yo, mientras estaba trazando planes y escuchando los ruidos de peleas que llegaban ciudad arriba. El día siguiente iba a ser muy movido.

Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - NoctisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora