Regicidio

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Noctis, esa es una pésima idea. Apenas le pudimos contener esta vez y ni con esas llegaste a dañarlo seriamente. Si lo intentamos otra vez no lo vamos a conseguir; todo lo contrario, terminaremos muertos –. Explicó Guido, llevaba toda la razón, era prudente. Pero eso no era lo que buscaba yo ahora.

— Entonces me reencontraré con ella. Vamos, Guido, tenemos un rey que matar. ¿Puedes localizarlo?

Por supuesto que puedo – suspiró resignado –, te tenía por alguien más cuerdo. Está en el último piso, en el ala norte.

— Pues vamos allá.

Mientras dos sombras manchadas de luz corrían al encuentro del ángel que los gobernaba a todos, las armaduras y los cascarones se encontraron en el patio de aquella fortaleza antaño acaso impenetrable. Nadie movía un músculo, nadie quería atacar, nadie quería perder los retazos de alma que guardaban en aquellas cáscaras en las que se encontraban. En esa paz belicosa se mantuvieron estáticos a la espera de unas órdenes o frases que nadie se atrevía a dar.

Las sombras, en cambio, no necesitaban nada más que su propia determinación y eso les sobraba. Rompieron puertas, desenvainaron armas; rehusaron del alma que guardaban en busca de un poder mayor: la venganza. A cualquier precio, con cualquier resultado. Lo único que les importaba en aquel momento era eliminar a quién había segado la pequeña brizna de luz que había nacido en lo más profundo de la oscuridad en la que se hallaban sumidos.

— Guido, vuelve a ser un chynthe, lo vamos a necesitar –. Una orden sin sentido, sin pies ni cabeza, pero mi instinto me gritaba que le hacía falta un empujón a mi acompañante para que volviera a ser lo que era.

Mi animal de hebras oscuras dejó de serlo y se convirtió en una criatura que no había visto jamás. Con cabeza de león y cuerpo escamoso; con un par de alas y sus dos pares de patas.

¿Tan pronto? Arawn tardó años en llegar a esto –. Me dijo un sorprendido Guido.

— Supongo que así está bien. ¿Por qué?

Porque vuelvo a ser un chynthe, supongo que eso implica que el alma de Naia se mezcló con la tuya. La buena noticia es que siempre va a estar a tu lado, y la mala es que definitivamente no la vas a poder ver de nuevo.

— Eres un cabronazo. Me das una de cal y una de arena; ya no sé si quieres reconfortarme o atormentarme. ¿O es que crees acaso que todavía no he sufrido lo suficiente? – La herida aún estaba muy reciente y cada palabra que mi oscuro felino me decía solo hacía que se reabriera y volviera a sangrar.

Sólo soy realista, aunque parece que no es de tu agrado – En ese momento pareció escuchar algo y me intentó avisar –. ¡Noctis, agáchate!

No me dio tiempo a dudar de aquella advertencia, me hice un ovillo mientras apretaba los pomos de las espadas. A una seña de Guido me puse en pie de nuevo, y al mirar a mi alrededor me di cuenta de que todo estaba atravesado limpiamente, como si un mandoble gigante hubiera cortado todo el pasillo.

— Qué temprano terminan algunos el luto. Sinceramente, no creo que te merecieras un solo minuto de su tiempo, y aún con esas, ella te entregó una vida solo para que la tiraras por la borda. ¿Por qué no te rindes? Ya no eres nadie, no eres nada – espetaba enojado Deriny –. Ella ha muerto por tu culpa; déjate matar, deja que cumpla mi misión y puede que los dioses te permitan volver con ella – De mi boca salió una risa seca, irónica y cargada de pena –. ¿De qué te ríes? Naye ha muerto y no tienes ni el pudor de llorarla.

— Atnar o Deriny, tu nombre no me puede importar menos, lo que me hace gracia es todo lo que has dicho – repliqué al tiempo que dejé de reír en seco –. Ella no murió por mi culpa, no fue mi acero lo que la mató. Fuiste tú quien la atravesó, fuiste tú quien tiró su vida por la borda. Yo la he llorado más que nadie haya llorado a alguien, su recuerdo me acompaña y me atormenta. No dudes de que la he amado o de que la he llorado. Pero eso no me trae hasta aquí – Le grité para desahogarme mientras desenvainaba las espadas –. Puede que tú no seas nada, pero yo soy Alein; soy Noctis; soy quien robó la magia de Aria; soy quien asesinó a la nobleza; soy quien mora y controla la noche y las ruinas; soy el alma que acompaña a Naia; y soy tu juez y tu verdugo –. Concluí al tiempo que me lancé con las armas por delante.

Esquivó mi estocada inicial, y la siguiente. Mientras Guido hacía crecer las sombras por toda la habitación para agarrar a Deriny e inmovilizarlo, nosotros danzábamos al son del acero, al son del odio y al son del blanco de mis ojos. La nuestra era una danza asesina, lanzábamos estoques, patadas y puñetazos; a pesar de faltarle una mano, Atnar era capaz de seguirme el ritmo, aunque el cansancio se le acumulaba en el rostro.

— Dime, Noctis, ¿no te has planteado trabajar a nuestro servicio? Aria te tendría como su paladín –. Sus jadeos entrecortaban unas palabras envenenadas.

— Aria no tiene poder para nada, aunque de todas formas no trabajaría para alguien a quien deseo ejecutar –. Repliqué sin abatimiento ni cansancio alguno.

Nuestra danza se mantuvo mucho más, él estando más desgastado y yo ardiendo por dentro. Ambos dimos pasos en falso que nos valieron cortes profundos y superficiales. Ambos luchábamos por su vida, él por salvarla y yo por destruirla. Y entonces llegamos al final.

— Dime, ¿qué te parecería que cambiaran las cosas? – Pregunté con una sonrisa sombría en el rostro.

— ¿Y cómo se supone que cambien? Ya estás a punto de derrumbarte, no me engañas –. Dijo con una altanería que no le correspondía.

— Es un método muy sencillo, sólo tienes que usar al eslabón más fuerte y todo se termina, ¿o era de otra forma lo que dijiste? – Dije con sarcasmo –. Guido, adelante.

Las sombras se alzaron, agarraron al ángel de todas las extremidades y una de ellas me escaló hasta el hombro.

¿Qué quieres que hagamos con él? No se va a poder liberar mientras mantengas la oscuridad –. Dijo con voz aburrida en su forma de gato mientras se acomodaba en mi hombro.

— Muy sencillo, vamos a eliminarlo – Contesté a mi sombra –. Pero no vamos a ensañarnos, porque nosotros somos mejores de lo que ellos serán jamás – Concluí con una floritura de espada y rebanando su cuello –. Vámonos ya... No hay más que hacer aquí.

Vamos al patio, se supone que los hombres de Caltraz deberían de haber terminado, y después nos marchamos.

Caminé todo el trayecto de vuelta, lloré la mitad, grité el resto y vomité al final.

Noctis, ¿estás bien?

— Sí, sólo es mi cuerpo apuñalándose a sí mismo –. Dije alicaído.

Llegamos al patio, todos los soldados de ambos bandos habían abandonado las armas, eran dos grupos de marionetas mirándose entre sí sin saber muy bien qué hacer. Por eso reaccionaron al verme entrar en escena.

— Ya está, la Ciudadela es nuestra. – Todas las personas allí congregadas gritaron de júbilo; para mí, el mundo se empequeñeció, giró y se tornó negro.

Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - NoctisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora