Amaneció un día soleado cubierto de la amenaza de nieve proveniente de las montañas. Solo de eso se hablaba en el mercado a primera hora. Los guardias jugaban a las cartas y gritaban improperios con cada apuesta perdida. La muralla se erguía, intacta. Las casas se despertaban perezosamente, con cada ojo dispuesto de una manera distinta. ¿Yo? Yo me mantenía en vilo, aún quedaba un tiempo hasta que pudiera despertarme del todo, escuchaba los gruñidos de la celda contigua y me pegaba a la puerta esculpida en piedra mientras esperaba al cambio de turno, mientras esperaba a que llegara Zeco. Lamentablemente eso me daba mucho tiempo para pensar y para recordar, lo último que necesitaba era acordarme de mi historia. Lo peor de esos pensamientos es que en vez de evitar pensar en ello, te centras más en el tema que tratas de esquivar.
"Todo empezó durante un eclipse, de los que pasan cada diez años. Las dos lunas se alinearon para tapar el sol, en ese momento, por un bosque cerca de una villa perdida nacía un niño. Como podéis imaginar, ese niño era yo, mi madre murió durante el parto. Estaba sólo, perdido en un mundo inclemente para los débiles, y yo en ese momento lo era. Mi padre, una criatura que fue cazada por los rastreadores, me dio lo necesario para sobrevivir mis primeros seis años de vida. Todo cambió cuando un equinoccio de verano los rastreadores me descubrieron al acercarme de más a un pueblo, más por curiosidad que por necesidad. Me asignaron una familia cuando descubrieron que era huérfano, no sabía hablar y que nunca había estado en sociedad. La familia que me asignaron se dedicaba a la herrería, todos trabajaban en el negocio familiar para ayudar a la casa; me consideraban un chico problemático, me gustaba estar sólo, no ayudaba en casa, solía estar ausente... Pero destacaba bastante en la escuela, tenía buena memoria y todo me resultaba sencillo una vez lo probaba..."
El ruido de unas pisadas por fuera de la celda me llamó la atención y me desvió de mis memorias. No me había dado cuenta de que me estaba paseando por la habitación. Se abrió una pequeña rendija en la pesada puerta y se vieron los ojos de plata de Zeco asomarse, ya sabía dónde solía estar, así que no tardó en encontrarme. La rutina diaria volvió a empezar, le pedía agua y gachas, me las traía, teníamos una charla corta, le devolvía los objetos que me traía y volvía a mi oscuridad. Empecé a hacer unos ejercicios para mantener mi rutina y practiqué unos nuevos. Algo me decía que pronto se acabaría aquel encierro.
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Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - Noctis
FantasyExistimos en un mundo oscuro y corrupto cuyo veneno se ha ido esparciendo por las distintas poblaciones humanas dispersas por el mundo, haciendo de los más virtuosos seres crueles e impuros. Los dioses nos han abandonado, a los inmortales nunca les...