Esclavo del destino

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El viaje ocupó toda una mañana en la que no hubo casi ningún movimiento ni conversación, con la excepción de uno de los granjeros que se ofreció a curarme las heridas para evitar que se me infectaran; cuando le pedí que lo hiciera cogió cuerda de tripa y una aguja de hueso y empezó a romperme y arreglarme la piel.

Cuando llegamos a las puertas de la Ciudadela, les pagué por el viaje y el tratamiento que me habían ofrecido con dos platas. Después no entré por la puerta principal, porque a pesar de la silenciosa inquietud de la ciudad aún me buscaban, junto a los otros cinco. Así pues, entré por una portezuela no oficial que vigilaba uno de los corruptos a los cuales tenía pagados. Gracias a ello, pude acceder a la capital de nuevo y volvía a tener libertad total entre aquellos muros, varios techos que esperaban a resguardarme y una taberna a la que acudir para reclamar mi propiedad. Empezaba a lloviznar, haciendo que el hedor a sudor y sangre se pegara al suelo, haciendo que cada pisada que daba me adhiriera ese olor penetrante y molesto, sin tener en cuenta la inútil limpieza de los cadáveres de soldados y rebeldes que aún quedaban en algunos flancos de las callejuelas.

Paseé, sin prisas, por las calles de la Ciudadela, sin miedo de que me reconocieran, los guardias no me podían parar y no había magos en aquella ciudad teniendo en cuenta que la mayoría estaban ocupados entre las filas del ejército; caminé visualizando otra vez cada uno de los entresijos que ofrecía el quinto círculo, aunque aquel no fuera el que me interesaba, subí de nivel, ignorando a los guardas que me miraban con sospecha cuando traspasé el portón. El cuarto círculo, nada nuevo bajo la lluvia, más tiendas de comida y más muertos, lo mismo que otras jornadas.

Tercer círculo, en la entrada tuve que incapacitar los vigilantes, tenía varios pisos francos ahí, tendría que mirar, además de que la taberna de Rap estaba cerca. La lluvia empezaba a calar, tenía la ropa a remojo y yo estaba igual, parecía que lloraba con cada gota que resbalaba mi cara. Cada gota, tan dulce, suave y cariñosa que tañía de un transparente luminoso mi rostro. Cada pisada, tan silenciosa, tan cargada de odio, tan silenciosamente rabiosa, dirigida a un lugar antaño conocido.

Le pegué una patada a la puerta, ignorando el riesgo de los asesinos que se giraron puñales en mano, ignorando a los que se atrevieron a tratar de alcanzarme. A los que trataron de atacarme, los castigué con sus propios cuchillos, clavándolos donde alcanzaba: en la boca, el cuello, los ojos..., a los que se habían quedado paralizados del susto los puse en marcha de un golpe.

— ¡Asesinos y descerebrados! Rap ha cesado en su cargo como dirigente de la Taberna Silenciosa, a carencia de un sucesor nombrado por él, yo, como el asesino más capaz de esta sala, proclamo que ya no va a haber ningún dirigente. Todo aquel que quiera ganarse la vida como asesino a partir de ahora debe buscarse la vida como lo hacíamos antes de conocer a Rap. Como siempre, respetando el código que mi predecesor impuso, si alguien quiere cometer la estupidez de retarme, está en su derecho de hacerlo para intentar cambiar lo que ahora es la disgregación de uno de los mayores peligros de la Capital – Hice una pausa para ver si alguien quería intentar retarme –. A partir de ahora, volveremos a los tiempos de antaño, cuando podíamos elegir los trabajos, ver a quién nos contrataba y ser los mejores en aquello a lo que nos dedicamos. Ahora, corred la voz, dispersaos y hacedle saber a nuestros contactos que ya no va a haber alguien a quién brindar la información más que a vosotros mismos –. Me dirigí a la salida –. ¡Largaos!

Salí de la puerta igual que entré, con rabia y furia, esta vez parcialmente remitida. Me quedé parad bajo la lluvia y pensé en mi siguiente destino, había pensado en revisar todos mis pisos francos, pero en aquel instante me parecía una tarea demasiado extensa y exhaustiva para lo frágil que me sentía. Estaba trazando un nuevo plan cuando se me encendió una bombilla: la Casa.

Ya con un nuevo plan, empecé a andar camino al portón del segundo círculo, ignorando los pasos que repiqueteaban en los adoquines y charcos, ignorando el sutil ruido de cuchillos siendo desenvainados, hasta que me cansé de ignorarlos. Entré en una calle y esperé en la esquina a que pasaran.

Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - NoctisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora