Amanecía un día de cielos negros y luz oscura, una villa se vislumbraba al fondo, más allá de los bosques que rodeaban la ciudadela. En las murallas había numerosos guardias que nos protegían y vigilaban para evitar que ningún rufián o alguna criatura pudiera traspasar al débil núcleo de la ciudad. En las calles del quinto círculo ya empezaba la actividad de mercaderes y la gente empezaba a salir de sus viviendas para ir al mercado o para dirigirse a sus respectivos puestos de trabajo. Para mí amanecía un día en la más absoluta oscuridad y sin nada que hacer más que recorrer la mazmorra en la que estaba encerrado y de la cuál conocía todos los rincones. A través de las gruesas paredes de ladrillos se oía el cambio de guardia, había pasado más de un año y medio, si hacía caso a mi reloj biológico, solo faltaban tres días más para poder recuperarme lo suficiente como para salir de allí, si no se cansaban antes y me ejecutaban. Era la guardia de el único soldado que no tenía el alma de uno, se llamaba Zeco, él trataba a todo los prisioneros como personas, y no como los despojos que la mayoría éramos.
Ya habían pasado tres horas, se acercaba otro cambio de guardia, Zeco se acercó a mi celda, era la última, también estaba despojada de cualquier tipo de entrada para la luz, a diferencia del resto. Para los humanos era una aberración, y para los monstruos era un despojo, un mestizo sucio e inútil. Estaba absolutamente sólo, no podía sentir nada, no tenía amigos y me era imposible conseguirlos, era uno de los numerosos bienes que me estaban vetados. No había lugar en el que no hubieran oído hablar del asesino que tenía un ojo negro y el otro blanco, del asesino que no tenía sombra, nombre o rostro; no había lugar en el que me pudiera refugiar más que en mí mismo. Zeco abrió una pequeña rendija con la que me observaba, no era algo muy difícil, estaba pálido; me preguntó si tenía sed o hambre, que era la única oportunidad en la que podía pedir algo.
Tenía la garganta más áspera que el papel de lija y le pedí algo de agua y aunque fuera unas gachas, era lo único que me atrevía a pedir, era lo que más sobraba en las cocinas e intentaba no levantar sospechas para que el buen guarda no tuviera que sufrir ninguna consecuencia, me había encariñado de él. Mientras él había partido a buscar mi petición me asomé por la rendija que él había dejado abierta, se podía oler aire más limpio que el que tenia en mi prisión y esperé que se ventilara aunque fuera un poco aquella prisión en la que me encontraba. Zeco no tardó mucho en volver a dejarse caer por allí, me metió un bol de madera con gachas y una cuchara y un vaso de metal con agua, me dijo que me apurara, que pronto le tocaría cambiar de guardia. Como ya era costumbre durante su guardia, engullí lo poco que me podía traer en unos pocos minutos.
Imagino que vuestro afán de conocimiento os a llevado a esta historia, bien, antes de empezar quiero que quede algo muy claro, esta historia está plagado de lo que vosotros conocéis como dolor emocional y físico, dónde nada es lo que parece y dónde todo está perdido antes siquiera de comenzar. Bien pues, esta es mi historia.
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Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - Noctis
FantasyExistimos en un mundo oscuro y corrupto cuyo veneno se ha ido esparciendo por las distintas poblaciones humanas dispersas por el mundo, haciendo de los más virtuosos seres crueles e impuros. Los dioses nos han abandonado, a los inmortales nunca les...