Amaneció un día gris, la tormenta de fuego avanzaba por los Bosquejos Helados, el humo se alzaba por cada enclave de las afueras. La tormenta eléctrica también amenazaba con descargarse en la Ciudadela, por muy desnutridos y débiles que estuvieran los pobres de las calles de la Capital, aún podían causar grandes revuelos. La mayoría formaron parte del ejército en su momento. Fueron compañeros de armas, se acordaban de las técnicas de combate, al menos mejor que los pollos que habían llegado ahora para sustituir a los veteranos. Yo me mantenía como buenamente podía mientras vomitaba sangre en un rincón de la celda, más me valía que no se extendiera o me podría producir mi propia epidemia. Opté por tumbarme boca arriba en la paja que tenía como lecho para evitar cualquier ataque inesperado de mi cuerpo. Como venía siendo costumbre en los últimos días, comencé a recordar. Ya no sé si era masoquista o que pasaba conmigo, recordar mi juventud no me serviría para nada, pero eran recuerdos que no podía enterrar. Por mucho que quisiera, según parecía.
"Aquel día en el carro... Fue el peor día de mi infancia, no había nada que compitiera con aquello. Mis padres llegaron al carro, y como solo faltaba mi hermano, esperamos. Empezó a oscurecer el cielo y mi hermano aún no llegaba, buscamos a un guarda y le contamos lo que sucedía. Al anochecer el guarda nos encontró y nos informó que mi hermano estaba en un callejón, por lo menos era la última vez que lo habían visto. Mis padres ya sabían lo que había pasado, y sinceramente, en mi interior, yo también. Pero ignorante de mí, salí corriendo al callejón con el soldado, dejando a mis padres solos; eran errores que se sucedían unos a otros. Llegamos al callejón, y apuñalaron al guarda, intentaron hacer lo mismo conmigo, pero conseguí esquivarlo. El instinto que me transfirió mi padre volvió a emerger de la memoria tras ocho años. Desarmé a un asesino y apuñalé al otro en el cuello con mi recién adquirida arma; el desgraciado número uno intentó huir, pero yo era más rápido, conseguí reprimir el instinto lo suficiente como para preguntarle por mi hermano, y como "no sabía nada", me permití ensañarme con él. Primero lo castré, no decía nada, solo lloraba. Después empecé a cortarle uno por uno los dedos de la mano que no tenía sujeta. Como había entrado en shock, hice que no pudiera volver a despertarse, no sería una muerte rápida, no lo consentiría. Le hice un corte pequeño en un lateral del cuello, para que cuando despertara de su desmayo no le diera tiempo a salvarse. Tras este pequeño acto de crueldad volví a correr en busca de mi hermano, para encontrármelo tirado no muy lejos de allí, al ver su cuerpo tan rígido y en una posición tan absurda, casi como si fuera un muñeco, vomité; todo el caramelo que había disfrutado salía entonces por mi boca con un horrible sabor ácido y amargo. Tras sobreponerme, volví llorando, corriendo lo más rápido que podía con el cuerpo de mi hermano cargado en mis hombros. Para cuando llegué a la carreta ya no había nadie, me asomé al interior para dejar a mi hermano y me encontré los cuerpos de mis padres. El día, que amaneció con esperanza y alegría, se cubría con un manto totalmente distinto. Me di cuenta de que no me arrepentía de lo que les había hecho a los hombres del callejón, ya no era el de antes; todavía tenía el cuchillo conmigo, no era una buena pieza, pero era eficaz, un híbrido entre bowie y seax, de damasco, no tenía ningún patrón determinado; era una hoja muy chapucera, pero me gané la vida con ella. Volviendo al momento del que hablábamos: los asesinos de mis padres aún andaban cerca, me vieron y vinieron a por mí. No me mataron, pero me dieron la paliza de mi vida, me rompieron ocho costillas, el brazo izquierdo y tres dedos del pie derecho. Me quedé marcado, tenía una ligera cojera los días más fríos. Tardé cinco meses en recuperarme, en ese tiempo mi cuerpo se acostumbró al hambre, a subsistir como buenamente podía y a ser una sombra en la ciudad. Aunque también sucedieron cosas bastante curiosas en el tiempo que pasé desde aquel momento hasta que me encarcelaron. En ese momento nació el asesino que todos temieron y despreciaron una vez. Tuve varios nombres, algunos merecidos, otros elegidos por mí, pero solo dos me los gané a pulso: mi nombre, el que me dieron mis padres, Alein, y el nombre con el que me bauticé como asesino, Noctis."
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Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - Noctis
FantasyExistimos en un mundo oscuro y corrupto cuyo veneno se ha ido esparciendo por las distintas poblaciones humanas dispersas por el mundo, haciendo de los más virtuosos seres crueles e impuros. Los dioses nos han abandonado, a los inmortales nunca les...