Paz y desarrollo

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El ruido metálico del salón me sacó de mi ensimismamiento.

— ¿Entonces no podemos morir? – Pregunté al tiempo que caminaba de vuelta al salón.

No. Ahora somos condenados a la eternidad –. Se calló al entrar a la sala.

— Ya veo que te has arreglado. Aunque te hace falta un pequeño arreglo, ¿qué te parece si te recortamos todo ese pelo? – Propuso mientras rodeaba toda la mesa para acercarse –. En la mesa ya tienes todo tu... equipamiento –. Concluyó repugnado.

— Me parece que me hace falta un arreglo urgente – mientras hablaba me equipaba los arneses y las armas –, ¿sabes de alguna barbería decente en la que no me corten el cuello?

— Ahora que lo preguntas, hay una en el cuarto círculo que está muy bien, y te lo dejarán a buen precio –. Ofreció mientras se encaminaba a la puerta.

— ¿En el cuarto círculo? ¿No es muy arriesgado? Además, ¿cuánto tendríamos que andar?

— Sí, en el cuarto círculo. Las cosas han cambiado mucho, ahora los círculos se distinguen por funcionalidad, no por clase social. Espero que no te moleste demasiado dar un pequeño paseo, tendremos que atravesar el segundo y el tercero –. Explicó mientras salía del cuarto.

— Un momento, ¿me estás diciendo que estamos en el primero? – Pregunté y le seguí hasta el exterior, para encontrarme con lo que antes era el castillo.

— Sorprendente, ¿verdad? Ahora el castillo es un hospital y el resto del primer círculo es un refugio para los necesitados durante todo el proceso que te conté.

— Es muy sorprendente, ¿cómo son ahora los círculos? – Curioseé para matar el silencio hasta que llegáramos el tercero.

— El primero es de uso comunitario; el segundo es cultural, con escuelas públicas, las termas, bibliotecas, y demás; el tercero es de tiendas y establecimientos, desde panaderos hasta barberos; el cuarto es el residencial junto con el quinto y cada círculo tiene su propio mercado –. Me explicó durante nuestro paseo hasta el portón del primero.

El resto del viaje se estableció en un silencio cómodo. Zeco me señalaba la importancia de los edificios y cambios que se habían producido en todo aquel tiempo mientras yo me iba sorprendiendo cada vez más. Había tantas bibliotecas y escuelas... estaba seguro de que todo aquel conocimiento le hubiera encantado a Naia. Definitivamente la podía ver como bibliotecaria o profesora, disfrutando de todo aquel saber; pero ya solo quedaba en mis vanas ilusiones y sueños. En aquel momento, Zeco me señaló una casa que se mantenía en pie, a solas en medio de donde antes había más hogares. Obviamente la reconocí, era la casa que durante tanto tiempo había compartido con Naia, me negué a entrar, porque sabía que eso implicaría una entrada de recuerdos que no estaba dispuesto a consentir.

El tercer círculo había cambiado demasiado desde la última vez que había estado allí. La taberna se había derribado, las casas se habían transformado en tiendas y los segundos pisos en sus almacenes. Había una zona vacía, en todo el medio del camino entre el segundo y el cuarto, era un homenaje a los muertos que habían caído durante toda la revuelta; y al lado en una placa conmemorativa se leían cuatro nombres:

"Noctis, la sombra que precedió al día. Naia, la luz que generaba la sombra. Caltraz, la voz y el alma de un pueblo. Zeco, el parche y sanador de una sociedad."

Era un buen homenaje, pero no me gustaba. No hacía justicia a la verdad, nada podía hacerlo. Ellos no sabían lo que había sucedido, por eso no se lo tuve en cuenta, pero en un hueco entre Naia y yo grabé con el cuchillo:

"Un alma nunca está completa sin su otra mitad."

Después de aquella continuamos paseando hasta llegar al cuarto círculo, donde me dejé guiar por Zeco y me llevó a la casa de un amigo suyo quien, mientras me adecentaba, no paró de decir:

— Menudo revoltijo de pelo que tiene.

Tras lo que me parecieron horas, proclamó que mi vello estaba lo suficientemente recortado como para considerarme persona y no oso; lo que le valió algunas protestas que procedió a ignorar para proseguir con su tarea.

— Y con esto es... todo –. Concluyó.

— Muchas gracias – Balbuceé mientras me palpaba la cabeza y la cara para hacerme una idea de cómo había quedado –. ¿Cuánto es?

— ¿Cómo? – Preguntó y al ver mi amán de sacar monedas de la bolsa se apresuró a contestarme –. Por favor, no tiene que darme nada, este es el mínimo favor que puedo hacerle después de habernos ayudado tanto. ¿Quiere verse con un espejo o se fía de mi criterio? – Prosiguió al verme tantearme la cara.

— Me fío, pero me gustaría verme.

— Faltaría más, aquí tiene – me ofreció un espejo que sacó de su bata –, ¿qué le parece?

— Está bien – el espejo me devolvía la mirada con unos ojos grises tormenta, y con un rostro impecablemente afeitado –, me encanta.

— Me alegro de que le guste. Ahora, si no es mucha molestia, ¿le importaría que hablara con Zeco un momento?

— ¿Qué? Claro –. Contesté distraído.

Mientras ellos se dedicaban a hablar en una habitación aparte, yo me dediqué a inspeccionarme la cara: mi rostro seguía siendo el mismo, lo único que parecía guardar alguna discrepancia eran mis ojos, que habían abandonado su disparidad negriblanca para pasarse al gris.

Esa es una de las marcas que te dije, parece ser que Naia quería que la recordaras por un tiempo más – Dijo mi felino compañero al tiempo que emergía de mi sombra –. Por cierto, tienes a un invitado ahí dentro que lo está pasando muy mal, ¿cuándo lo vas a sacar?

— Ese es Rap, haz con él lo que quieras, y si no te interesa supongo que lo dejaré por ahí tirado. Estos ojos son preciosos, son como los de ella.

Y son temporales. Que no se te olvide, de aquí hasta que mueras.

— Pero no podemos morir.

Ahí está la gracia.

Me atreví a salir a la calle después de dejar el espejo y de que Zeco se retirase de la conversación con su amigo. La luz me abrumaba, y gracias a Guido ahora tenía la conciencia de que había magos entre nosotros, tanto jóvenes como niños.

— ¿Listo para volver a ver a Caltraz? – Preguntó sin muchas ganas.

— Supongo que sí, ¿dónde se ha escondido esta vez?

— Detrás de ti –. Susurró una voz en mi oreja.

Cabe decir que en aquel momento casi asesino a uno de los dirigentes de aquella renovada ciudad.

— ¡Joder! Intenta no asustarme así para la próxima, te podría haber matado –. Dije mientras retiraba el cuchillo de su cuello.

— Hubiera sido cuanto menos desafortunado, lo tendré en cuanta para la próxima. Es un placer verte de nuevo, Noctis, ha pasado mucho tiempo y has ayudado al nombre del nuevo año. Todos te debemos mucho, por eso quiero ser el primero que te lo diga.

— ¿Decirme qué?

— De acuerdo con la encuesta que hemos hecho a lo largo y ancho de la Ciudadela, la gente pide que aquel que nos permitió ser lo que somos ahora sea el nuevo líder.

— ¿Qué me quieres decir con eso?

— Que ahora la Ciudadela quiere que tú seas su gobernador.

Historias de un Origen: Las Crónicas del Caos - NoctisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora