Capítulo 39

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Cassandra

La cabeza me daba vueltas mientras intentaba fijar la vista en un punto. Paseé la mirada por la habitación en la que me encontraba. No la reconocía. Las paredes eran de piedra con colores oscuros y un olor intenso a incienso. Intenté hacer memoria de cómo había llegado hasta allí, pero no lo recordaba. Ninguna imagen o pensamiento, solo páginas en blanco.

El sonido de un quejido me hizo levantar la cabeza. Era una mujer, sentada en uno de los sillones que decoraba la esquina izquierda. Tenía las manos sobre la cabeza, las lagrimas recorriendo sus mejillas.

La única información segura era mi nombre. Cassandra. A partir de ahí no conseguía llegar a nada más. Nada de esa habitación me resultaba familiar.

—¿Hola? —hablé.

La mujer dio un respingo. Abrió la boca con ímpetu, en señal de sorpresa. Pude contemplarla con mayor detenimiento. Su pelo era largo y de color oscuro, su piel pálida y blanquecina, llevaba un vestido suelto y rasgado que le llegaba hasta las rodillas.

—Oh Cassie, estás bien—soltó un suspiro.

Vino hasta mí. Puso sus manos en mis muslos. Había dejado de llorar y parecía más animada.

—¿Quién eres? —pregunté, confusa.

—¿Cómo que quien soy? —se ofendió.

—N-no recuerdo nada—tartamudeé—. No se dónde estoy.

La mujer volvió a sollozar, moqueando y gritando obscenidades al aire. Me impresioné por el dolor que desprendían sus palabras. Debía ser alguien muy importante para ella.

—¡Esa maldita bruja! —vociferó—¡No solo ha destrozado a mis hombres, sino que también me ha quitado a mi hija!

—¿Tu hija? —no parecía ni cinco años mayor que yo.

—Si cariño.

—¿Qué ha pasado? —no conseguía procesar la información con la suficiente rapidez.

—Nos atacaron—comenzó—. Vinieron a por nosotros. Tu nos protegiste a todos, luchaste con valor, pero ella casi te mata. Llevas días inconsciente.

—¿Ella?

—La usurpadora. Quieren nuestro poder, y harán lo que sea para conseguirlo.

Me quedé en silencio. Busqué algún sentimiento en mi corazón que apoyara su historia. Noté la rabia aun fluyendo por mis venas y el dolor inmenso de una gran pérdida.

—¿De verdad que no recuerdas nada?

Me concentré, intentándolo con más fuerza. Nada. Ella me ayudó a ponerme de pie. Me alisó el pelo metiéndolo entre sus dedos y me tocó la frente. Di un salto por el dolor. Debía tener un moratón enorme.

—No te preocupes, seguro que es algo pasajero—asintió ella—. Te diré algunas cosas básicas para que puedas sostenerte mientras tanto. Eres Cassandra, mi sucesora, esta es tu habitación y yo soy tu madre, o Morriguen, como todos me llaman.

La abracé de improviso sin dejarla terminar su frase. Necesitaba sentir el calor humano. Tenía la sensación de que hacía mucho tiempo que no sentía el cariño de alguien. Me aferré a ella sintiendo como esa pena iba desapareciendo.

—¿Lograsteis atraparla?

—Me temo que no—se lamentó—. Casi la tenías, tus poderes son fuertes, pero alguien la ayudó a escapar.

—¿Mis poderes?

—¡Claro! —alardeó—Eres hija de una diosa, tener poderes es parte de tu existencia.

—Esto es...demasiado.

—Si, lo siento. No quería presionarte.

Me senté en el filo de la cama sin saber muy bien que hacer o que decir. Ella era mi madre (tenía sentido porque nos parecíamos bastante, aunque fuera excesivamente joven) y solo quería ayudarme, pero estaba muy confusa. Supuse que el odio que sentía aún dentro de mí se dirigía hacia la chica de la que tanto hablaba, la que intentó matarme.

Vi reflejado mi rostro en el espejo del tocador. Mi cara estaba amoratada y llena de arañazos. Tenía un derrame en el ojo y apenas podía mirar la luz sin que me doliera la cabeza.

—Por suerte hemos dado con la persona que la ayudó a escapar—dijo, mirándome de reojo.

—¿Qué le vais a hacer?

—Por mucho que me duela, lo mejor es que le hagamos desaparecer—explicó—. Ya está muerta, así que solo sería como un destierro de nuestro reino.

Sacudí la cabeza sin comprender.

—Te lo explicaré mejor de camino al juicio.

Y así lo hizo. Morriguen me explicó su poder y que era la diosa muerte. Se encargaba de que las personas fallecidas encontrasen un buen lugar para pasar la eternidad del alma. A veces esas almas se quedaban allí permanentemente, a otras se les permitía volver a tener una vida humana y a otros, bueno, si no seguían las reglas o eran almas muy viejas, ella los expulsaba. Les ofrecía una segunda vida después de la muerte, muchos accedían y la daban el respeto merecido, pero algunos, como la mujer que teníamos en frente, se dedicaban a desafiarla y aponer en riesgo el reino y sus almas.

El juicio consistía en una mesa redonda, donde varias personas tomaron asiento. Yo me senté al lado de mi madre, unos pasos más atrás para no llamar en exceso la atención. El resto debatía que hacer con la detenida mientras Morriguen los escuchaba en silencio, esperando su turno.

—Señora, no hay verdaderas pruebas de que esta mujer cometiera crimen de traición—justificó uno de los hombres—. Hacerla desaparecer por un testigo poco fiable... sabemos que puede haber rencillas entre los criados del castillo.

La reina no movió un músculo, dejándole terminar. Puede que no hubiera pruebas, pero esa mujer era culpable. Se la notaba en la mirada altiva con la que miraba a su alrededor. No había arrepentimiento ni miedo en ella.

—Entiendo tu postura—aseguró Morriguen—, pero esta mujer ayudó a una enemiga del reino. Esa niña ha destruido a uno de nuestros ejércitos, a mermado la confianza de mi gente sobre mi gobierno y, por si fuera poco, casi acaba con la vida de mi hija.

Me señaló. Bajé la cabeza justo en el momento en que todos comenzaron a observarme. No parecían muy contentos con mi presencia allí. La mujer se rio, haciendo que Morriguen se levantara de la silla de golpe. Se acercó hasta la mujer que no había dejado de mirarla con desafío.

—Esto va así—rugió—, se que no se te han quitado los aires de reina, pero aquí ya no eres nadie. Estás conspirando para que mi vida y la de mis seres queridos deje de ser tranquila y no te lo voy a consentir. Di tus últimas palabras porque no volverás a salir de esta sala.

—Volvería a hacerlo.

—¿Confiesas entonces?

—Púdrete.

Morriguen la agarró del antebrazo, tirando de ella hasta dejarla en el suelo. Ya había decidido su sentencia. Nadie se atrevió a contradecirla. Yo esperaba ansiosa el momento de verla en acción. Me gustaba el poder que emanaba y quería saber si sería capaz de hacer lo mismo algún día. Mi odio se acrecentó.

—Hoy, Katerina, es el final de tu otra vida. Espero que te haya merecido la pena. Quiero que sepas que saldremos victoriosos, como lo llevamos haciendo durante un milenio. Disfruta de la oscuridad.

Morriguen posó las manos en sus hombros, cerrando los ojos. La mujer se retorció para soltarse. Su rostro se encogió por el dolor. Un final merecido si aquello por lo que la culpaban era cierto. Su cuerpo se desvaneció en el aire como si nunca hubiera existido.

—Ahora quiero que todo el mundo busque a esos monstruos y los traiga ante mí. Cueste lo que cueste. Deben pagar por lo que han hecho. 

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Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora