Capítulo 11

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Rubí

Mi madre solía contarme historias sobre como los felinos podían transformar las malas energías en algo bueno y como les encantaba pasar tiempo entre ellas. La Akeru no era ni por asomo como los animales que veía en los documentales, y mucho menos tenía nada en común con los gatos caseros, pero aquello si pudiera ser algo en lo que se parecieran.

Desgraciadamente no había comido más que un par de trozos de queso y pescado que conseguí meterla en el castillo a escondidas. Le di a probar carne de la comida de ese mediodía, pero no le gustaba que estuviera cocinada, o eso es lo que imaginaba. Por eso estaba ahora en la cocina.

Mi plan era robar carne que aún no les hubiera dado tiempo a cocinar ni condimentar. Tenía que hacerlo con cuidado, sin que nadie me viera, no quería que estar dando explicaciones. Una de las cosas que peor llevaba era mentir, siempre acababan pillándome. Conseguí adentrarla sin mayor problema, envuelta en el mantel y metida en una de las cestas que Emma llevó para la excursión, pero si alguien me preguntaba para que necesitaba esa carne terminaría soltándolo todo.

Lo que le pasó al caballo fue un poquito más difícil de explicar. El pobre palafrenero soltó unas cuantas lágrimas al oír la noticia. Esos animales eran su vida. No entendía como era posible que hubiera pasado algo así, el conocía muy bien a sus caballos, eran como su familia desde que nacían. Él hombre no se terminó de creer la historia. Pensaba que éramos nosotros los que le habían hecho algo. No me extrañaba lo más mínimo. Si una panda de niños con poderes te dicen que uno de tus animales, que conoces a la perfección, se ha suicidado parece que te están contado una excusa barata.

La cocina estaba vacía, había aprovechado el momento justo después de la comida, cuando ya se habían lavado todos los cacharros. Me acerqué a la isleta central, donde se dejaba los ingredientes preparados para la cena. Cogí uno de los costillares y lo envolví en un trapo. Salí de allí antes de que nadie pudiera verme. Se me daba bastante bien, seguramente en otra vida había sido un ninja.

—Ya estoy aquí—anuncié al llegar a la habitación de Emma.

Mi amiga estaba en una esquina, de brazos cruzados y con cara de hastío.

—Tu monstruito no paraba de relamerse mientras me miraba—dijo, ofendida—. Si hubieran tardado un poco más, ahora yo sería un montón de huesos repelados.

—Mira que eres exagerada.

Me reí, acercándome al animal.

—Yo entiendo que te gusten los animalitos y quieras que todos vivan contigo como si fueras Blancanieves—despotricaba, mientras la gatita se sentaba en mi regazo—¿Pero es necesario que se quede en mi cuarto? ¿Por qué no te lo llevas al tuyo?

—Serán solo unos días, nos la iremos intercambiando para que nadie sospeche.

—¿Y no podrías, no sé, decírselo a Erick y ya está? —preguntó—. No va a ponerte ninguna pega.

—No quiero hablar con él.

—Todavía no me has dicho que es lo que os ha pasado—refunfuñó—, si apenas os conocéis, no es posible que ya os llevéis mal. Además, yo pensaba que le interesabas un poco.

—No ha pasado nada. Es que no quiero acercarme mucho a alguien para luego no volverle a ver cuando volvamos a casa—murmuré.

—Ya. Pues Erick es genial, dale una oportunidad—frunció el ceño.

—Quédatelo tú, si tanto te gusta—repliqué, aunque sabía que era una tontería.

—¿No tendrá nada que ver con Jude verdad?

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora