Capítulo 23

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Rubí.

La habitación se vino abajo. La lampara de araña que sostenía las velas colgadas del techo se rompió en mil pedazos y los armarios de madera chocaban con la pared con tanta fuerza que estaban empezando a despedazar también la roca. La tierra no hacia más que sacudirse a nuestro alrededor siguiendo mis órdenes.

Mis amigos parecían no comprender que era lo que estaba pasando, solo me miraban, aterrorizados. Sus rostros habían tomado el color de la leche con una mueca demacrada. Las sombras de Cassandra inundaron la habitación en un intento por defenderse, pero no había nada que pudiera hacer contra la fuerza de la naturaleza.

Quería reducirlo a escombros, que era exactamente lo que acababan de hacer ellos conmigo. Pisotearme como si no fuera más que una colilla a medio apagar. Solo me quedaba el polvo de la amargura y la decepción de saber que me habían traicionado.

Podría haberles hecho mucho daño, pero no me hubiera servido absolutamente de nada. Si quería que las cosas cambiaran tendría que ser yo la que diera el primer paso. Eso fue lo que hice, dar un paso tras otro hasta que estuve lo bastante lejos. No permitirían que me rebajasen a su mismo lugar.

Repetí el ejercicio que me había enseñado Erick en mi cabeza. Funcionaba mejor ahora que las últimas veces. Apenas solté un par de lágrimas mientras profundizaba en el bosque.

No me dolía que se acostaran, ni si quiera que estuviesen juntos, lo que me quemaba por dentro es que al parecer había compartido mi vida con gente que no conocía de nada. Había compartido con ellos secretos, risas y lágrimas. Me permití ser vulnerable y lo habían arruinado todo.

Mis siguientes movimientos fueron imprecisos. No sabía dónde dirigirme. Al menos no lo sabía hasta que vi uno de los árboles marcados con arcilla. El cielo se fue tiñendo de gris oscuro mientras yo avanzaba entre el laberinto de árboles. Para cuando llegué al lugar esperado, las gotas de lluvia comenzaron a bañarlo todo.

El espacio en el que me encontraba era sagrado, o por lo menos esa era la palabra que se me vino a la mente cuando lo vi.

Una cúpula invisible de color azulado se mantenía justo encima de la tumba, sin dejar que ningún elemento la perturbara. Era magia. Una parecida a la que se había aplicado al pueblo para volverlo invisible de los ojos más curiosos. Había aprendido a diferenciar la magia según de quien provenía y me asombró saber que, aun estando muerta, la madre de Erick había conseguido mantener aquel hechizo.

Me escondí bajo un gran sauce de copa inmensa que se encontraba justo al lado. Mis pies desnudos se hundieron en la tierra. No era un masaje de cinco estrellas, pero estaba sirviendo para relajarme. Para cuando me tranquilicé, la lluvia ya había cesado y no tenía ni idea de cuantas horas había pasado apoyada en aquel tronco. Estaba congelada. Apenas notaba en movimiento de los dedos de mis pies.

Mi instinto hizo que me pusiera alerta en menos de un segundo. Miré hacia todas direcciones intentando adivinar por donde vendría la ofensiva. Erick salió de entre los árboles con el arco destensado y sin flechas. Su expresión me hizo temblar. El baño con el que había estado fantaseando los últimos minutos tendría que esperar.

—Llevamos horas buscándote.

—Tu me confiaste este lugar—mi voz estaba entrecortada por el llanto—. Me dijiste que podía venir aquí si lo necesitaba.

Eso hizo que su expresión se volviera más amable.

—¿Qué ha pasado?

—Ahora mismo solo quiero irme a la cama—mis ojos se entrecerraron por el cansancio.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora