Capítulo 6

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Rubí

Los susurros y gritos ahogados me hicieron recorrer el callejón en penumbra, justo al lado de la calle principal por la que iba andando con Erick. Me apoyé con una mano en la pared para guiarme mientras daba un paso  y luego otro. Llegué hasta un tramo con luz que provenía de una antorcha que se había caído o que habían tirado al suelo. En ese momento, fui testigo de la escena nauseabunda que tenía ante mis ojos. 

Reconocí a uno de los guardias de palacio por el uniforme marrón. Estaba acorralando a una chica, que pude intuir que tenía unos años menos que yo, mientras ella intentaba huir. Me acerqué más, con paso decidido, tomé carrerilla  y reuní todas mis fuerzas para empujar al hombre, que cayó de espaldas contra el suelo.

Las rodillas de la chica tocaron el suelo con un duro golpe, y se hundió en un llanto silencioso. Cometí el error de estar demasiado pendiente de como se encontraba, pues el puño del guardia arremetía ahora contra mí. Sentí el golpe de lleno en la mandíbula, haciendo que perdiera el equilibrio y se me nublara la vista. Cogió de nuevo a la chica agarrándola del pelo arrastrándola unos metros más allá.

Deseaba frenarle, pero estaba demasiado mareada por el golpe y mis piernas no corrían tanto como las suyas. Clavé mi mirada sangrienta en él y alargué la mano intentando alcanzarlos, mientras aún seguía detrás, intentando moverme lo más recto posible. La ira y la rabia me consumían como no lo habían hecho antes. En uno de mis impulsos por llegar hasta la chica, el hombre salió disparado por los aires hasta chocar contra una de las paredes del callejón.

Me miré la mano, aún algo atontada. No llegaba a comprender lo que acababa de suceder. La chica se quedó petrificada en el suelo, con los ojos abiertos y una expresión de terror en ellos. Ninguna fue capaz de reaccionar mientras en la otra punta el hombre que nos había atacado se rodeaba de un charco de sangre cada vez más grande. Mi pecho se sacudió con una leve punzada de dolor que me llevó de nuevo a la realidad. Oí más pasos acercándose, gritos de otros guardias que acudían para ver que es lo que había provocado ese sonido.

—Corre—fue lo único que conseguí decir. La chica se levantó, aún sin dejar de mirarme, y corrió todo lo que sus piernas la permitían hasta que ya no pude distinguirla entre la oscuridad.

Me tiré al suelo, imitando la posición en la que había estado ella. Serían más indulgentes conmigo si pensaban que lo había hecho en defensa propia, al menos eso esperaba.

El revuelo comenzó a originarse a mi alrededor mientras que los guardias miraban estupefactos la escena. Pronto se dieron cuenta de mi presencia y comprendieron quien era yo. Mi esperanza de que serían indulgentes quedó reducida a la nada. Me agarraron de los brazos, fuerte y con decisión. Sus expresiones pasaban de la repulsión al miedo en cuestión de segundos.  Me temían y según lo que acababa de hacer, puede que tuvieran motivos para ello.

Me hicieron preguntas, pero no contesté a ninguna de ellas y como no, eso no hizo más que agravar su enfado. Tampoco podía decirles exactamente como había ocurrido porque ni si quiera yo lo sabía con seguridad. Cuando se dieron por vencidos al intentar sacarme algo de información, uno de ellos habló:

—Llevadla de nuevo al castillo. Si no quiere hablar ahora, tendrá que explicarse ante el rey.

Lo único en lo que pude pensar en el camino de vuelta es en las palabras que Erick me había dicho a penas una hora antes. No debía acercarme al rey, y mucho menos estar a solas con él. Ahora estaba apunto de tener que excusarme por haber matado (todavía no sabía cómo) a uno de sus guardias.

Sabía que el padre de Erick era completamente distinto a él, su sola presencia te ponía alerta y tu subconsciente te gritaba que corrieras en la otra dirección. Supe que el hombre que había visto en su trono, bebiendo vino, no tendría ningún problema en deshacerse de alguien como yo. Pequeña e insignificante.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora