El sol reluce por todo Madrid, haciendo que nos derritamos ante el horroroso calor que empieza a hacer a finales de junio. Salgo de mi habitación y me reúno en el salón con mis amigas Bea y Martina para desayunar como de costumbre. Han pasado 3 años desde lo de Roma. Sigo viviendo en el apartamento, porque aún no tengo el suficiente dinero como para comprarme un piso en condiciones (los alquileres están carísimos). También trabajo en un nuevo club nocturno, ya que me despidieron de la cafetería por tirarle té hirviendo a una señora sobre su cabeza (fue un accidente lo juro) por las noches, y por el día, como secretaría en una empresa. No tengo pareja, no por nada, sino porque no tengo tiempo para apenas nada. Bueno.
-Uff... Ahora a dar clase...- dice Martina removiendo su café.
- Pues anda que yo...- refunfuña Bea a su lado. Va con una camiseta de manga corta verde y unos pantalones abombados de tela gris. Me río y me hace un mohín.- Es cómodo, no como tú que tienes que ir arregladísima.
- Que te esperas, es una empresa.- se queja su hermana. Ella va con una blusa de gasa azul clarita y unos vaqueros.- Oye, ¿estás a gusto no?
- Si, bueno... No es el trabajo de mis sueños, pero estoy mejor que antes.- digo con una sonrisa. Yo voy con una camisa blanca estrecha y una falda estrecha que me llega hasta por encima de las rodillas.
- Bueno chicas, me voy.- dice Bea levantándose.
Recogemos la mesa, y ellas se van en su coche. Yo cojo el metro, con mis airpods puestos, hasta llegar a mi trabajo. Cuando llego a la oficina, saludo a la recepcionista de mi planta y voy hasta mi pequeño despacho. Es un cubículo blanco con plantas, libros y algunos marcos de fotos. Después un escritorio de color marfil con un ordenador y unas carpetas a su lado con numerosos folios y marcadores. Suelto mi bolso y me siento frente al ordenador. Miro el calendario y veo que tengo que preparar cosas para una reunión. Me levanto con el USB, y voy hasta la fotocopiadora. Saco todos los documentos y vuelvo a mi despacho para ordenarlos, y subrayar las líneas más importantes. El teléfono suena y es mi jefe para que le lleve dichos documentos. Si, mi jefe. Trabajo para el señor Ortiz, Marco Ortiz. Soy su secretaria, la que le lleva el café, le organiza su agenda...Vaya su asistenta. Llamo a la puerta.
-Pasa.- me dice tras la puerta. Está sentado en su sillón, con una camisa blanca impoluta y una corbata. Marco era guapo. La locura de la oficina. Alto, joven, varonil, fuerte, elegante, atractivo... Lo que no saben es que es un ser gilipollas. Vamos un tocapelotas.
- ¿Qué desea Señor Ortiz?- le digo junto a la puerta.
- Hoy me tendrás que acompañar a la reunión de las 10.- se levanta y empieza a amontonar folios.- Así que por favor, fotocopia los documentos que te acabo de enviar, y llévalos preparados como tú sabes.
- ¿Aportaré algo en la reunión?- digo ilusionada. Él me mira con sus dos ojos verde esmeralda y esboza una carcajada.
- No cariño, recuerda que tú sólo servirás café o whisky si es necesario.- me señala la puerta y me enseña su sonrisa.- Nos vemos en media hora Macarena.
- Me llamo Marlena.- digo enfadada. Él sonríe y salgo del despacho.
Si, una chica de un expediente excelente, notazas y todo, trabaja sirviendo café en una empresa. Pero amaba cuando me pedía lo de los documentos, o que le ayudara a lo que fuera. Me siento frente al ordenador y hago lo que me pide. Cuando termino, vuelvo a su despacho.
-Hombre Maca...
- Marlena.- le rectifico antes de que acabe.
- Marlena, ¿qué te trae por aquí de nuevo?- va con la chaqueta ya puesta, y está de pie apoyado en su escritorio con los brazos cruzados. Está buenísimo, no lo voy a negar.
- Ya está terminado esto.- le tiendo los documentos y este los mira impresionado.
- Anda, que rapidez.- los deja sobre su mesa y vuelve a mirarme.- Va muy guapa hoy, señorita Fernández.
- Gracias.- digo con una sonrisa de lado. Voy con mi pelo recogido en un moño flojo, con mechones sueltos, y la cara ligeramente maquillada con los labios rojos.
- Recoge mi escritorio y nos vamos.- pasa por mi lado y me da dos toquecitos en las lumbares.- Te espero abajo.
Sale de la sala y me quedo allí sola. Meto todo ordenado en una carpeta, y salgo de allí. Cojo mi bolso y meto lo necesario. Abajo me espera el coche de la empresa, con Marco dentro hablando por teléfono. Miro mi móvil y veo que tengo un mensaje de mi amigo Carlos.
Carlos
Tía ya tenemos reservado el nuevo crucero.
Marlena
¿Por dónde es?
Carlos
Por el Mediterráneo.
Italia, Grecia.
Italia. Roma. Dan.
No me había olvidado de él, al revés me acuerdo de él porque lo veo por la televisión, le escucho en la radio, en los hits de playlist de Spotify... También he de decir que he cotilleado su Instagram. Pero hablar, nada. Dijimos de empezar nuevas vidas. Separados.
-Marlena venga, hemos llegado.- me anuncia Marco con un golpecito en el hombro. Bajamos del coche y nos adentramos en... La empresa de mi padre. Me remuevo nerviosa y exhalo. Con paso decidido voy detrás de Marco. En la sala, voy hasta el sitio de Marco, y coloco todos los documentos en orden. Cuando la sala se empieza a llenar, salgo a por el café, y al volver mis hermanos, Mario y mi padre están sentados en esa mesa. Cabizbaja, empiezo a servir café a todo aquel que tenga taza.
- ¿Marlena?- una mano se agarra a mi muñeca. Veo a Mario con los ojos en expresión de confusión.- ¿Pero tú no estabas en Roma?
Voy a contestar, pero Marco me llama y escapo del agarre de Mario. Durante toda la reunión, me la paso de pie junto a Marco, y con la vista clavada en el suelo. Cuando terminan, recojo corriendo los documentos y los meto como puedo en mi bolso. Salgo echando leches de la sala, y me dirijo al ascensor, pero veo que para allá se dirigen Mario, Marco y unos cuántos de empresarios más. Me desvío por las escaleras, y al intentar bajar rápido con esos tacones, se me dobló un pie y caí tres plantas seguidas rodando hasta llegar a recepción. Yo y mi buenísima suerte.
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Lo que nos devolvió el mar. (2)
Teen FictionSegunda parte de 'Lo que se llevó el mar'. Ellos dijeron que su historia de amor se la llevó el mar aquella noche. Pero lo que ellos no saben es que toda ola regresa a su orilla, y con ellas las palabras que creían estar sumergidas. Con sus nuevas...