Chico equivocado Parte 2

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Terminé de ordenar mi bolso para ir a la playa por la mañana y tomé mi celular nuevamente. Tenía muchos mensajes de Julio y, aunque no quería drama, la curiosidad me ganó y los abrí para ver qué me había escrito.

Julio: Clara, ya sé qué pasó. Te topaste con el estúpido de mi hermano, me lo acaba de decir.

Julio: El asunto es que tengo un gemelo, es irritable, lo sé. Lamento que lo hayas conocido.

Julio: Perdón si te hizo pasar un mal rato, Albert es así con todo el mundo.

Julio: ¿Salimos mañana?

—Así que Julio tenía un gemelo aparentemente todo lo opuesto a él. Interesante —pensé para mí en voz alta, antes de tomar nuevamente el celular y responder sus mensajes.

Era tarde, así que con sueño y sin ánimos de platicar, le pregunté si quería pasar conmigo el fin de semana en la playa. No solía hacer eso -invitar a desconocidos a la casa de mis padres-, sobretodo si iba a ir a pintar, pero Julio me agradaba, parecía un buen chico y todo lo que necesitaba era un buen amigo en estos momentos.

Me fui a duchar y cuando volví, me había respondido que sí y que a qué hora pasaba por mí. Yo pensaba ir en bus, pero ya que Julio se ofreció a llevarme, no me negué, era mucho más cómodo ir en vehículo propio y no tener que caminar desde la parada de autobús hacia la casa en la playa.

Al día siguiente, cerca de las nueve de la mañana, el timbre de mi puerta sonó. No había nadie en casa más que yo, así que fui rápidamente a abrir y me encontré a un Julio muy playero, pero no el tipo playero en hawaianas y traje de baño con camiseta colorida, sino que en shorts cortos color caqui, alpargatas y una polo.  No pude más que ponerme a reír.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? ¿Tengo algo? —preguntó preocupado y mirándose.

—No, no, qué va, es que te ves muy pijo con esa ropa. No pegamos nada —dije mirando mi vestimenta, que solo consistía en un pareo rojo con diseños, puesto en forma de vestido.

—¿No me digas que te importan las apariencias? —preguntó un poco decepcionado.

—No, no, es solo que... olvídalo —respondí restándole importancia e invitándolo a pasar. No quería decirle que me recordaba a un personaje de un libro que estaba leyendo.

—¿Con qué te ayudo? —preguntó mirando todo lo que tenía desparramado en la sala de estar.

—Puedes llevar mi bolso de ropa y la comida que tengo en esa cesta —dije apuntando sobre la mesa de centro —Yo subiré mis lienzos y pintura, no me gusta que los toquen. —añadí con sinceridad.

—¿Pintas? —preguntó con asombro y mirando las paredes de la sala, donde había uno que otro cuadro de mi autoría.

—Sip —respondí antes de desaparecer por el pasillo e ir a mi habitación por mi bolso de mano y celular. 

Nos montamos en su auto, una Hummer color rojo y nos fuimos camino a Playa de L'Estany a cuatro horas de Madrid. No era cerca, pero era el único lugar donde no me toparía a nadie y podría pintar tranquila.

Durante el camino, Julio me contó un poco sobre su hermano gemelo, trató de explicarme qué se sentía tener a alguien idéntico y diferente a la vez. Me contó que de pequeños era fácil diferenciarlos, porque Albert siempre era quién se portaba mal, el que andaba corriendo de un lado a otro, en cambio él siempre andaba con un libro encima y se la pasaba leyendo en un rincón. Me dijo que sus gustos también eran muy diferentes y que una vez que conoces a alguno de los dos, es fácil poder diferenciarlos por solo la playera que llevan puesta.

En algún punto del camino me debo haber quedado dormida, porque desperté al sentir unos brazos que me cargaban.

—¡Ey! ¿Te aburrieron mis historias? —preguntó con una sonrisa, mientras me depositaba cuidadosamente sobre mis pies.

—¿Por qué no me despertaste? ¿Cómo pensabas abrir? —pregunté riendo y volviendo al auto por mi bolso.

—Te iba a depositar en la hamaca de la entrada, sacar las cosas del auto y luego esperar a que despertaras por tu cuenta, te veías muy en paz que no quise despertarte —dijo volviendo al auto para ayudarme con las cosas.

—Estoy bien, algo tienen los autos que siempre termino por dormir, por eso no conduzco —comenté abriendo la puerta de la casa.

—¿Es tuya? —preguntó entrando en el recibidor.

—De mis padres, solíamos venir durante el verano antes de que separaran. Ahora solo viene una persona a limpiarla de vez en cuando para que no se llene de arena.  Supongo que es cosa de tiempo para que la pongan en venta —contesté con nostalgia.

—Lamento escuchar eso, es una linda casa y el lugar es perfecto para descansar de la ciudad.

—Me encanta venir a pintar acá, me inspira demasiado, además de que tengo muy buenos recuerdos.

—Y eso es lo que debes atesorar, Clara, los buenos recuerdos —dijo con cariño y depositando las cosas sobre un sofá.

—Tengo hambre, ¿Te gustaría ir a comer fuera? Conozco un lugar cerca donde venden una paella exquisita —sugerí.

—Vale, te sigo —respondió indicando con la mano para que comenzara a caminar.

Almorzamos paella y pedimos una tortilla de patata para cenar por la noche. Ninguno de los dos tenía ganas de perder el poco tiempo que teníamos en cocinar. Al llegar a la casa, me cambié de ropa y saqué el atril al pequeño balcón de la parte trasera, donde me dispuse a pintar el lienzo que tenía pendiente, antes que se fuera por completo la luz natural. Julio sacó un banquillo y se sentó en una esquina a leer. Estuvimos en silencio, cada uno en lo suyo, pero haciéndonos compañía y me agradó sentir eso. Con Nat no podía siquiera plantearme pintar algo las veces que habíamos venido a la playa, porque siempre montaba pequeñas reuniones sin avisarme o hacia planes para que saliéramos de fiesta. Tardé en darme cuenta que no era el estilo de vida que quería, que no teníamos los mismos intereses.

Entrada la noche decidimos comer nuestra tortilla de patatas afuera y beber un poco, bajo la luz de la luna y las estrellas, hablamos un poco más sobre nosotros, porque era la segunda vez que nos veíamos y, todo iba bien, hasta que el vino me hizo preguntar por Albert.

One shot Clara Galle y Julio PeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora