Veneno para alfas

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<<Algunos betas pueden generar dependencia de sus alfas a largo plazo, incluso si por algún motivo pierden el contacto con ellos o éstos se mueren.>>

Ymir miraba atentamente a Historia, pero desde una lejanía. La chica hablaba contenta a través del móvil que su alfa le había prestado, estaba en videollamada con su padre. No es que a la pecosa le interesara demasiado la relación que esa chica tuviera con su propia familia, pero sí era cierto que le había dejado caer alguna que otra vez que prefería a su padre antes que a su madre. Al parecer, Alma, la madre de Historia, era irónicamente una desalmada. Historia era su hija más bella e inocente, pero nunca logró doblegarla a su antojo... hasta que su padre enfermó. Hasta ahí era lo que Ymir conocía.

Pero era muy aguda. No era difícil caer en cuenta de que si su padre había enfermado y la situación económica había sido tan dura para los Reiss, aquello sirvió como pretexto a Alma para convencerla de presentarse a la candidatura de betas de la zona. Esos intereses a Ymir no le importaban ya. Sólo le interesaba poder acceder a Historia cuando se le pegara en gana. Aunque a decir verdad...

Sí. Las últimas veces ha sido diferente. 

Seguro

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Seguro... seguro que se ha dado cuenta.

Su mente quería bloquear el recuerdo por la vulnerabilidad que le suponía, sin embargo, le había gustado que Historia fuera la que se moviera sobre ella. Empezaba a sentirse débil a su lado. Negó rápido con la cabeza, alargándose sobre el taburete en el que estaba. Nikolo le puso algo de fruta por delante y la observó unos segundos: la morena volvía a tener las pupilas directas sobre la rubia. Parecía mentira lo que podía imponer con sólo mirarla. Había control en sus ojos.

—Si a la alfa Ymir le apetece venir a conocer nuestra humilde morada, puede pasarse cuando quiera, Historia, házselo saber.

—Ya lo has dicho tres veces, mamá... —la rubia se giró despacio a Ymir, suspirando con una sonrisa. Estaba con su familia en videollamada. —¿Te gustarí-...?

—No —dijo Ymir secamente, apartando la mirada de ella. Cogió una uva del cuenco y se la comió, volviendo la atención a su móvil.

—Ves, mamá...

—Dile a esa grandullona que aquí es bien recibida. La pesada de tu madre no estará si decide venir. —Dijo el padre, haciendo que la mirada se le llenara de brillo y felicidad a la chica.

—¡Papá...! ¡Pero no hagas esfuerzos... por favor!

Ymir dirigió lentamente la mirada de nuevo a la pantalla del móvil ajeno, al oír al hombre toser de manera muy desagradable.

—Papá, ¿qué han dicho en el hospital? ¿Está haciendo efecto el tratamiento?

La boca de la pecosa se apretó suavemente, centrándose callada en su teléfono de nuevo.

Viviendo con un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora