La última vejación

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Historia no salió de su cuarto en cuatro días completos tras recibir la noticia de que su padre estaba empeorando. Mikasa y Pieck trataron de socializar un poco con ella y animarla, hasta que Ymir las pilló y les prohibió hacerlo más. La rubia no tenía ninguna restricción, podía moverse en todo el largo y ancho de la mansión, simplemente se notaba desganada para hacerlo. Nikolo le traía las comidas y, sin que se notara demasiado, se daba cuenta de que seguía aseándose personalmente y cambiándose de pijama, lo que por lo menos le indicaba que no estaba sumiéndose en un pozo depresivo. Cosa que no le extrañaría para una novata en aquella mansión, él ya había visto muchas cosas desagradables. Por muy frágil que pareciera la beta, tenía una mentalidad de hierro. Pero hasta alguien como Nikolo, tan lejos de las intimidades de las chicas, se daba cuenta de que podía ser un problema para Ymir. Las personalidades envalentonadas y desobedientes como las de Historia tenían un caro precio, no sólo para ella misma, sino también para los alfas, era fácil que otros alfas empezaran a rumorear. Tanto Nikolo como todas las huéspedes betas sabían perfectamente que Ymir era incapaz de matar a las betas a menos que éstas fueran arpías camufladas, sin embargo, lo que Ymir hacía era muy peligroso: jugar con la salud mental de las chicas había provocado situaciones tan embarazosas como dañinas para su fama, Petra era un ejemplo de fiera domesticada que con los años, al ser tan parecida a Historia, se había visto al borde del suicidio al saberse incapaz de aguantar las palizas y vejaciones que Ymir la hacía pasar no sólo con ella, sino con todos sus amigos.

Era un mundo violento.

Cruel.

Historia, a pesar de que lo había intentado, nunca llegaba a convencerse del todo de que todo ese calvario era justo. No podía doblegarse ni engañarse a tal grado, porque si lo hacía, su amor propio caería en picado. Tampoco se veía llevando la contraria a Ymir en el terreno sexual, sin embargo, no sabría qué suerte correría si se negaba a ser ofrecida a otras personas sólo porque a ella se le antojara. La simple idea se le hacía insostenible, dejar que le hicieran de todo en grupo... ¿qué la diferenciaba de la víctima de cualquier violador en mitad de la noche? No quería seguir pensando. Si seguía, más asco se daba. Y más estúpida se sentía por ceder a los exhaustivos deseos de su madre, Alma tenía de empática lo mismo que Ymir. Había sido tan feliz con ella en Islandia... pero luego tocaba darle la de cal. Enseñarle el lado sucio de la moneda. No soportaba esa montaña rusa, y se sentía al borde del colapso. Cualquier cosa la haría retomar la decisión de marcharse, sólo necesitaba un motivo más, un empujoncito, y volvería a armarse de valor para pedirle que firmara los papeles.


Finalmente, Historia decidió unirse la quinta noche a comer junto al resto de sus compañeras. Después de ducharse bajó las escaleras y silenciosa bajó al salón donde Nikolo ya se encontraba poniendo la vajilla y preparando la bandeja que esas últimas noches le había estado llevando a ella. Al verla, sonrió y le preguntó.

—Pequeña, ¿has decidido comer con el resto hoy?

Historia asintió, sentándose en silencio en la primera silla con la que se topó.

—¿Dónde están las demás? —dijo después de un rato.

—Ymir se ha llevado a dos a su habitación. El resto estarán por bajar. ¿Cómo has estado hoy?

—Bueno, bien —dijo, aunque le mentía. Cuando Nikolo le sirvió la comida y siguió sirviendo en los demás platos, Mikasa y Petra fueron las únicas que bajaron. Nikolo retiró el plato sobrante, nunca hacía preguntas.

—¿Cómo estás, historia? —Mikasa se aventuró a darle un pequeño abrazo, aunque la pequeña respondió con un intento malogrado de sonrisa. No se sentía feliz. No podía fingirlo. Mikasa le dio un beso en la mejilla, cuando de pronto un ruido en la planta superior se oyó y se separó rápido de ella. Se suponía que no podían dirigirle la palabra a la última incorporada. Así que sólo se oyeron ruidos de platos y tenedores mientras pasaban los minutos, toda la mesa oía a Ymir rebuscando algún objeto en el cobertizo que había cerca de la piscina. Al cabo de un rato se oyó un portazo brusco que hizo a Historia dar un suave respingo, el corazón le bombeó a mil muy rápido. Cuando Petra la observó de reojo vio algo preocupada que la criaja se puso la mano en el corazón y cerró los ojos, obligándose a regular la respiración. Ella también había pasado por eso, así que sabía perfectamente lo que estaba sintiendo. Más que estar mal por su padre, parecía que el estado de pena se había encargado de recordarle todas las perrerías que Ymir le había hecho en la fiesta, drogada. Y... no se equivocaba. Aunque de aquello ya habían pasado dos meses. Parecía que lo de Islandia había sido un parche poco efectivo sobre la herida.

Viviendo con un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora