La mancha familiar

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—Ymir, no me tengas mucho rato así que siempre me ha hecho sentir incómoda... —rio la joven rubia, tenía los ojos tapados desde que habían salido por la puerta trasera que daba a los garajes de la alfa. Potentes coches de alta gama adornaban cada una de las plazas, tenía uno para para cada ocasión, pero lo que no se esperaba Historia, era que al quitarle las manos de la cara iba a tener por delante su primer coche. La chica recorrió el flamante vehículo con sus ojos azules, el mismo color del vehículo que brillaba frente a ella, impoluto.

—Ymir... me estás... ¿regalando la tumbona, no...? —señaló una de las tumbonas que el viento invernal había tirado muy cerca del coche. La morena sonrió y se inclinó un poco a su estatura, con cara maliciosa.

—El coche es tuyo. Sé que te hace falta.

—Pero... no puedo aceptarlo. No, definitivamente. ¿¡Este era el detalle que dijiste que ibas a darme!?

—Pues sí, un detallito.

Historia seguía perpleja, con la boca bien abierta y los ojos puestos en la insignia que declaraba al vehículo su origen en la casa Alfa Romeo, concretamente, Ymir le explicó que era un Giulia. La rubia se llevó las manos a la frente para asimilarlo. De repente, un dedo alargado se extendió frente a sus ojos: las llaves. El reflejo del escudo Alfa romeo brilló al girar en el aire. Historia tomó la llave impactada y dejó caer los hombros en un suspiro. Volvió la mirada a Ymir, que se había puesto ya recta.

—Ymir... esto es demasiado caro. De verdad, no creas que me hace tanta falta.

Levantó la llave hacia ella, pero Ymir le encerró despacio la mano con la suya. Se puso seria de repente, pero sin llegar a perder del todo esa sonrisa sospechosa.

—Mira... yo sé que eres una persona humilde. Y eso me gusta. Pero si ni siquiera vas a dejar que te compre un piso independiente, deja que te ayude a moverte por la ciudad. Sé que vas en tren a la editorial, luego en metro...

—En mi casa estamos acostumbrados a vivir así. Además... —miró el coche de reojo, bajando la voz. —No sé conducir.

—Yo te enseño. Es automático, es muuuuuy fácil. —Le acarició el flequillo, ladeando más su sonrisa. —Y no te preocupes por la gasolina. He encargado una tarjeta válida por tres años y la puedes usar donde y cuando te haga falta. Luego te compraré otro modelo.

—¡Ymir!

—Es broma —sonrió divertida. 

Historia la miró con una sonrisa insegura, y volvió la vista al coche. Abrió los labios al soltar el aire y los dejó entreabiertos, mientras bajaba la mirada a la llave.

—Cómo te pasas eh... —la miró y amplió una sonrisa de oreja a oreja. —Tengo mi propio coche, estoy alucinando. No sé cómo agradecértelo.

—Me voy a callar —murmuró con malicia contenida, tomándole el pelo. Historia le dio un empujón suave y se acercó riendo al vehículo. Ymir la secundó desde el lado copiloto. Cuando se sentó en aquel asiento de piel se dio cuenta de que el antiguo coche de su padre, una tartana que les había dado en los últimos años muchos problemas, estaba muy anticuado y era incómodo en comparación. La morena cerró la puerta de su lado al meterse y movió la palanca para ajustarse el asiento a la altura de sus largas piernas, quedando algo más atrás que Historia.

—Llego de milagro... —dijo riendo la rubia al probar con los pedales, se percibía un halo de emoción en ella. —Aunque tengo mucha panza. No creo que sea adecuado.

—No, no lo es. Pero si quieres, estas semanas te voy enseñando a circular. 

—Sin un profesor de por medio, me da miedo...

Viviendo con un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora