Capítulo 05

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¿Qué acaba de decir?

La respiración se me queda atorada cuando me doy cuenta de lo cerca que está, ¿qué le pasa? No debería invadir mi espacio personal.

Casi quiero reír con ese pensamiento, como si de verdad lo quisiera lejos.

Me está mirando fijamente con esos ojos tan oscuros, siento que quiere tragarme con ellos, así que llevo mi vista a la hoja llena de números. No puedo pensar en nada, solo en la noche del viernes, en sus labios besándome.

De hecho, desde que sucedió, no he dejado de pensar en Ohm.

—Disculpa, no te entendí —susurro.

Quiero echarme a correr, esconderme debajo de la cama como cuando temía que Sullivan saliera del clóset. El problema es que me gustaría encerrar a Ohm en mi armario... conmigo adentro.

Cada vez lo veo más cerca, sonriendo. ¡Carajo! ¿No puede dejar de sonreír o qué demonios? ¿Qué no ve que me convierto en una gelatina si lo hace?

Me tenso cuando su brazo se escabulle, lo coloca en mi respaldo y se inclina hacia mí. Quizá la silla se está encogiendo, de lo contrario no entiendo por qué es tan pequeña, no hay espacio para crear distancia.

—Sí me entendiste. Hago tus problemas si sales conmigo. 

—Eh... no puedo —digo, buscando una salida. La puerta está muy lejos, quizá la ventana podría servir, el único inconveniente es que estamos en el tercer piso y acabaría hecho un sticker.

Se acerca más si eso es posible, así que me hago para atrás, olvidando por completo que la jodida silla es diminuta. La mitad de mi trasero está volando, Ohm se da cuenta de mi falta de estabilidad, así que piensa que rodear mi cintura es aceptable.

Está. Rodeando. Mi. Cintura.

—Fluke, el tiempo está corriendo. —Como parece que todas mis neuronas andan de fiesta, solo afirmo moviendo la cabeza. Me gano una sonrisa de lado, me arrebata el lápiz y me obliga a acomodarme en el asiento.

Puedo respirar hasta que toma la hoja y me suelta.

Ahogo un suspiro en mi boca al tiempo que lo observo sacar sus lentes de la mochila para colocarlos resbalándolos por el largo de su nariz. Frunce el ceño y contesta todo con demasiada rapidez.

—¿Eres una computadora o cómo lo haces? —cuestiono, dirige su mirada hacia mí con lentitud y guiña. ¡Que alguien me eche agua! ¡No! Mejor que me arrojen a una piscina o a un tinaco.

—Ya sabes, soy un pequeño genio —murmura, regresando la vista a mi tarea.

—¿Serías mi esclavo de las tareas? —Suelta una risita despreocupada, mientras hace algo con la calculadora y borra mis garabatos.

—Solo si eres mi esclavo de las citas.

—Eso es chantaje —digo, divertido.

—Lo sé, pero es lo único que se me ocurrió. —Va en el número ocho, nada más faltan dos. ¡Joder! Yo puedo mirar los problemas por horas sin saber qué poner y él los hizo en menos de cinco minutos, ¿es eso posible?

—¿No podías preguntar como una persona normal?

—¿Habrías aceptado? —pregunta. Se endereza y repasa lo que hizo. Asiente, conforme. Lo vuelve a colocar frente a mí y se concentra en mis ojos.

—Tal vez. —Mis mejillas se calientan, intento arrugar los dedos de mis pies, pero los zapatos no me lo permiten.

Nuestros compañeros comienzan a llegar, sus voces llenan el aula que antes estaba silenciosa. Sonríe con sinceridad y le da un golpecito a la punta de mi nariz.

Miradas Azucaradas - OhmFlukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora