Capítulo 20: Bajo amenaza

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«Sé valiente para defender lo que crees, incluso si estás solo.» Roy T. Bennett



A medida que se acercan, los colores de las flores, en principio de blancas cual algodón, se intensifican pasando por el rosado en perfectas franjas donde las rosas, los tulipanes y los claveles no se entremezclan entre sí. Observan que las plantas de diferente tonalidades rojas a la izquierda del grupo se hallan separadas de las anaranjadas de su derecha por un delgado sendero delimitado por arbustos de recorte redondo, que no les superan las rodillas.

El castillo de cristal, o quizás las ventanas, brilla bajo la luz del sol desprendido destellos tornasolados que le obligan a cerrar los ojos cuando Ken se lo queda mirando mucho tiempo. Sin embargo, lejos de parecerle hermoso, el sitio le causa una sensación extraña en la boca del estómago y un escalofrío que intenta ocultar de Yolei, quien sigue aún prendida de su brazo.

El mayor de los Yagami es quien abre la marcha. Nadie se lo ha pedido, pero Ken supone que está en su naturaleza de líder ir siempre a la cabeza. Y deja a Hikari en la retaguardia para que no sufra ningún daño si son recibidos de frente por algún ser poco amistoso. Aunque el reino parece estar desierto.

—Hay algo que me pone intranquilo —comenta de pronto el exemperador.

—¿Qué es? —La voz de Tai se oye amortiguada por la distancia aunque voltea la cabeza para hablar.

—No he visto ninguna mariposa, ni abejas ni avispas rondando las flores. Tampoco he oído pájaros desde que llegamos a este descampado.

—¡Es cierto! —Inoue hace un gesto de razón golpeando sus manos.

• • •

—¿Qué hacemos? —pregunta, impidiendo ocultar la nota de alarma de su voz, que suena demasiado aguda.

—Como dije, ir nosotros mismos —. Su compañero se oye firme y decidido, y el guardia que habló en primer lugar lo mira con pánico en los ojos.

»Es nuestro deber defender el reino. Toma tu lanza y vamos a ocuparnos de esos intrusos.

—P-pero... ¿Y si se trata de una trampa? ¿Y si las fuerzas de la oscuridad están más cerca de lo que pensamos y quieren que nos alejemos de la puerta para entrar al castillo?

—Entonces ve tú a ver qué pasa y yo me quedaré aquí cuidando la puerta.

—¿QUÉ? —Da un salto hacia atrás, golpeándose la espalda con el muro. Algunas hojas caen sobre su uniforme, pero se las sacude de inmediato.

El guardia más sereno deja escapar una bocanada de aire con cierto cansancio.

—Ve —insiste, apuntándolo con su arma.

Traga saliva con cierta dificultad y, temblando completamente, baja de espaldas los escalones y se aleja del portón principal del castillo. Cuando llega a los primeros arbustos, le da la espalda a su compañero, pero voltea la cabeza de vez en cuando para asegurarse que todo está en orden detrás suyo.

En principio le resulta dificultoso alejarse tantos metros del castillo. No obstante, la calma con que transita por el jardín le va infundiendo cada vez más ánimos, y más pronto que tarde comienza a pensar que es muy probable que las defensas instauradas por su reina hayan actuado y expulsado a los forasteros finalmente.

Cuando los arbustos escasean y los colores de las flores se difuminan, el guardia camina ya con soltura y seguridad. El portón principal ya no se divisa a sus espaldas. Al frente, sus ojos pasean de un lado a otro de los caminos con la única intención de verificar que haya alguna criatura caída en el sendero delimitado, asegurándose de detenerse cuando en algún grupo de plantas parece haberse formado un extraño hueco negruzco; aunque generalmente resulta ser solamente una ilusión óptica.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora