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Advertencia: En este capítulo se hace mención de abusos físicos y psicológicos, violencia de género y violencia intramarital.
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«La lluvia empezó de nuevo. Caía pesadamente, fácilmente, sin ningún significado o intención, sino el cumplimiento de su propia naturaleza, que era caer y caer.» Helen Garner
El repiqueteo de las primeras gotas de lluvia sobre el vidrio del patio interno comienza a oírse durante un breve silencio de Hotaru. Acentúa el dramatismo de aquella escena que a Jō le parece digna de una novela que vería su madre. Sin embargo, es la vida real, por mucho que le cueste creérselo y que desee que no.
Hotaru le ha confesado que no quiere a su esposo, que la golpea cada vez que ella usa una prenda por encima de las rodillas; o que regresa ebrio de las reuniones con los clientes más importantes; o que las ventas en la empresa disminuyen. Además, Hiroki tiene amantes de las que Mori es completamente consciente y sobre las cuales jamás le ha reprochado, pues poco le interesa la vida de cama de aquel hombre.
A medida que las palabras salen de la boca de la chica, sus ojos se llenan de lágrimas que se obliga a contener respirando profundamente y deteniéndose algunos instantes para recobrar su compostura. Jō es completamente consciente de que por primera vez en mucho tiempo, Mori no está mintiendo.
A pesar de todo ello, Hotaru jamás ha dejado que Hiroki la vea llorar. Ni sus amigas. Incluso le ha confiado al hijo del médico que solo su mejor amiga es conocedora de la verdadera situación en la que la castaña vive, aunque tiene prohibido comentárselo a nadie.
—Y tú tampoco puedes decírselo a nadie.
Las cejas del chico se juntan un poco y los labios se fruncen en una mueca de disgusto. No tiene ni idea de cuándo se ha puesto de cuclillas a una distancia peligrosamente cercana de Mori, pero ahora se levanta como si hubiese estado haciendo presión sobre un resorte que ha llegado a su límite y que lo empuja hacia el techo.
—No puedes pedirme algo así. Ya te lo he dicho, debes denunciarlo.
Los ojos de Hotaru se ponen en blanco una vez más y sus labios, brillantes por el labial transparente, producen un resoplido que le mueve levemente el cabello caído sobre el rostro enrojecido.
—De verdad, eres increíble, Kido.
El timbre resuena en todo el colegio, lo que provoca el sobresalto de los dos adolescentes.
—Te prometo que encontraremos una solución —. Asegura él al tiempo que le tiende una mano cálida que indica el cierre de un trato.
Hotaru la ve y duda unos segundos. Luego, separa su mano diestra del asiento y la acerca un poco a la de Jō, pero a último momento parece arrepentirse y en lugar de tomarla, se acomoda el cabello que le cae a un lado y se levanta sola.
Esquiva al Elegido y gira el picaporte, que produce un sonido para indicar que se ha destrabado.
—Me importas. Sigues gustándome. Eso no es algo que cambiarás tan rápido, ¿sabes?
Hotaru se demora unos instantes en la puerta. Ambos se mantienen de espaldas, incapaces de mirarse a la cara.
—Estoy hambrienta —Se queja la chica en voz alta.
Por la lluvia que cae copiosa no oye el susurro de la falda cuando Hotaru se aleja, pero el frío que deja en el patio es suficiente para que Jō lo entienda.
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La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las flores
Fiksi PenggemarUn cielo demasiado vibrante para ser real. Una brisa cálida que arrastra el dulzor de las flores y derrama por el reino el trinar de los pájaros. Un castillo de cristal puro, que encierra entre sus puertas aquello que nadie quiere oír cuando se abra...