Capítulo 22: La peligrosidad de las palabras

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«¿Quién puede salvar algo sin sacrificios?» El ascenso del héroe del escudo, Aneko Yusagi


La puerta se abre de sopetón pero sin emitir sonido más que el susurro de las bisagras al girar. La luz artificial que entra desde el otro lado de la ventana es tenue y dibuja un rectángulo en el suelo que se desmorona sobre la mitad de la mesa. Sin embargo él no tiene tiempo de detenerse a contemplar el espectáculo de las diminutas motas de polvo que flotan, danzan y caen en las distintas superficies de la habitación. Los latidos de su corazón marcan el ritmo en que sus músculos deben moverse para acortar la distancia hacia su destino.

En unas cuantas zancadas deja atrás el cuarto y la cocina y llega hasta la puerta principal, donde se coloca el calzado con premura y sale casi corriendo del departamento de su madre. En su urgencia por llegar a la oficina de Izumi, ni siquiera se detiene a cerrar la puerta con llave, objeto que produce tintineos en el bolsillo de Yamato al golpear contra el D-3 de T-K.

Para la suerte de su cuerpo dolorido por la incómoda posición, la golpiza y la falta de consumo de los analgésicos que acaba de recordar se ha salteado dos veces, el ascensor lo aguarda con las puertas abiertas en el piso de Natsuko. Se abalanza dentro y presiona el botón para descender.

Hasta entonces no se ha percatado de la lluvia copiosa que cae sobre la ciudad. Los charcos contra la acera indican que desde hace rato el agua se ha ido acumulado en los bordes, pero ciertamente la había ignorado al salir de la oficina de Izumi. No se preocupa por secar el asiento de su vehículo antes de pasar la pierna por encima y poner la llave en el contacto.

La motocicleta enciende con un segundo rugido suave. La vibración del ciclomotor que se expande de inmediato por todo su cuerpo lo reconforta ligeramente. Se coloca el casco y sin perder más tiempo baja a la calle, alumbrada por las lámparas colgantes cuyos haces amarillentos rompen contra los charcos desperdigados. A pesar de encontrarse en tarde temprana, la negrura de las nubes y la cortina de lluvia absorben la luz de los faroles y premonizan una larga noche tempestuosa.

A la par que esquiva autos y camiones, el rubio avanza en su pequeño vehículo azul hacia el edificio que abandonó tres cuartos de hora antes.

• • •

Desde hace ya un cuarto de hora Izzy está despierto, sentado en el sofá frente a la mesa con una taza de café caliente en la mano derecha y un trozo de pan ya frío en la otra. Mueve el pie hacia arriba y hacia abajo en un ritmo que solo su cuerpo comprende, y al hacerlo provoca que tiemblen ligeramente el mueble y todo lo que contiene encima. Jō lo ha obligado a alejarse de la computadora en cuanto regresó a la conciencia, alegando que no es sano permanecer tantas horas frente a una pantalla; incluso lo regañó por haber dormido sobre el escritorio, aunque Izzy poca atención le ha prestado, y solo se alejó de su preciado aparato para no escuchar los sermones de su amigo.

Se lleva la taza a los labios y sobre un poco de la bebida, que le quema todo a su paso y debe volver a colocarla sobre el plato para recuperarse de la horrible sensación. Para calmar el ardor de su lengua, Izzy come un bocado de pan, que raspa contra las papilas gustativas inflamadas.

—Estoy preocupado por Matt —murmura Jō, quien se pone en pie por quinta vez y mira hacia la puerta con los brazos cruzados —. No debió irse.

—Ya sabemos cómo es —responde Izzy, dando otro mordisco al pan. Mueve sus ojos negros de la taza humeante al perfil de su amigo.

—Se fue hace ya cuarenta minutos —. El mayor también hace bailar la punta de su pie derecho contra el suelo de manera desacompasada.

—Volverá cuando quiera hacerlo. De todas formas, por ahora no tenemos nada que pueda ayudarnos a resolver las cosas más rápido.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora