Capítulo 11: Temor

159 9 26
                                    

«Abrázame,

que el sol se va,

y hay que volver.

Abrázame,

que tengo miedo

a no volver.»

Abrázame, en Un susurro en la tormenta: La oreja de Van Gogh



La última campanada del día suena, y el bullicio no se hace esperar. Sora toma sus elementos de estudio y se retira casi en silencio del aula, despidiéndose brevemente de sus amigas.

Por las ventanas del pasillo puede verse que el cielo no se ha despejado todavía y que, de hecho, amenaza con volver a llover. El viento sopla en el exterior, agitando ramas y haciendo volar las hojas de los árboles.

Asciende las escaleras con paso ágil y susurrante, sin dejar resonar los zapatos los escalones de mármol. Cuando finalmente llega a la puerta de madera de doble hoja se detiene a recuperar un poco el aliento.

Baja el picaporte y empuja la puerta para entrar a la biblioteca. El interior es fresco, luminoso y agradablemente silencioso. Un chico del último año empuja un carrito cargado de libros y Sora ve cómo se detiene frente a una estantería, toma uno de los volúmenes y rebusca atentamente con la mirada antes de guardarlo con los demás en el mueble.

Takenouchi se acerca al mostrador que se extiende de lado a lado del recinto, detrás del cual un hombre se encuentra sentado limpiando sus anteojos con un paño; el asiento a la izquierda de él está vacío.

—Buenos días. Quiero retirar estos libros—. Extiende por la superficie de madera una hoja de papel con los títulos que necesita para estudiar. El hombre lo toma, los lee y asiente con la cabeza.

—Enseguida —. Desliza la silla hacia atrás, separándose de la computadora, y sale de detrás del mostrador para perderse entre las estanterías repletas de libros.

La pelirroja le da la espalda al mostrador y camina un paso hacia el ventanal por el que pueden verse las canchas. Por el rabillo nota que su sillón favorito está desocupado, pero no se acerca a él, sino que se entretiene viendo a los chicos de fútbol hacer los estiramientos de calentamiento. A pocos metros, el suelo rojo terroso de las canchas de tenis comienza a adornarse con las pelotas esparcidas de los primeros saques.

La puerta se abre y cierra varias veces, permitiendo que la gente entre y salga a su gusto, antes de que el bibliotecario por fin regrese.

—Señorita —la voz del hombre llamándola la obliga a voltearse para recibir su pedido —, necesito su credencial.

»Ha tenido suerte: es el último juego que queda disponible —comenta cuando la pelirroja se acerca.

Ella asiente con la cabeza como respuesta, le extiende la credencial, y el hombre pasa esta y los libros por un lector de códigos de barras antes de dejar todo sobre el mostrador.

Con los tres volúmenes entre las manos, Sora abre no sin cierta dificultad la puerta para retirarse, siendo consciente de que aún debe regresar al salón a recoger sus cosas antes de ir tomar el autobús. Tiene los minutos contados para tomarlo a tiempo, y el cielo cubierto es otro aliciente para que se apresura a bajar los escalones de dos en dos.

Cuando acaba de guardar todo en la mochila, extrae el celular para ponerlo en el bolsillo de la chaqueta, pero comienza a vibrar en su mano. Mira con curiosidad el nombre en la pantalla.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora