«Nunca debes rendirte a la desesperación. Si te permites ir por ese camino, te rendirás a tus instintos más bajos. En tiempos oscuros, la esperanza es algo que te das a ti mismo.» Avatar: la leyenda de Aang
En cuanto el despertador suena, Takeru aun sin abrir los ojos lo apaga para quedarse algunos minutos contemplando el interior de sus párpados, sumido en el tranquilizador silencio del departamento. Silencio que no demora en ser roto por la puerta abriéndose repentinamente y golpeando contra la pared.
—¡Ya me levanto! —exclama instantáneamente, mientras su cuerpo se posiciona de frente a la puerta para hacerle ver a su madre que ya está despierto.
Sin embargo, Natsuko no está allí. Velozmente el rubio barre la habitación con la mirada cuestionándose mentalmente qué pudo haber provocado que se abriera la puerta, y a pesar de la penumbra que baña la habitación, descubre inmediatamente algo que no encaja allí: un arlequín en una bicicleta miniaturas.
—¿Pero qué..? —murmura, quitándose las sábanas de encima e incorporándose aun más en la cama.
En la oscuridad, los ojos del personaje brillan con un resplandor rojizo y la pequeña figura del arlequín va creciendo cada vez más y cambiando su forma.
—¿¡Piedmon!? —exclama, apretándose ahora todo lo que puede contra la pared de su cama.
Ni siquiera necesita que el digimon compruebe su identidad; resulta obvio que se trata de él. Y a T-K el corazón se le encoge tanto que podría tomarlo con los palillos de madera y comerlo como si de un grano de arroz se tratase. Tan pequeño es, que late a una velocidad inverosímil, provocando tanto ruido que el rubio es incapaz de oír nada más. Le da la impresión que más que estar en el pecho, se le ha subido hasta las orejas y palpita allí, detrás del lóbulo.
El ser sonríe enseñando los enormes dientes blancos. Continúa creciendo en la misma medida que el corazón de T-K empequeñece —aunque resulte imposible pensar que podría hacer aun más minúsculo—, y la cabeza de Piedmon no demora en llegar hasta el techo de la habitación, que se abre para dejar pasar su cuello y luego sus hombros.
—¡T-K! —oye a la lejanía. El mencionado no puede ver nada por el polvillo que cae del techo a su alrededor y se le mete en los ojos. También comienza a picarle la garganta, pero por más que tosa no puede expulsar todo su malestar.
—¡Hermano! —grita como respuesta. Aunque sabe que Matt no puede ir a ayudarlo. De hecho, un destello llama la atención del pequeño T-K: un llavero que cuelga del cinturón de Piedmon con la forma y las vestimentas de su hermano, junto a uno idéntico a Taichi. —¡No!
Las lágrimas le resbalan por las mejillas y nublan aun más su visión de por sí ya reducida por los trocitos de techo y por la ausencia del sol en aquel cubo de cemento destruido.
—T-K, por aquí —susurra alguien a su espalda. De pronto, la pared en la que se había estado reparando ya no está, y detrás suyo se extiende hasta más allá de donde puede llegar su visión, un espacio claro de madera.
No tiene ni idea de cómo, se incorpora, se lanza a correr y pierde al payaso demoníaco.
Momentos después, ya internado en aquel espacio de madera, mira hacia atrás para asegurarse de que el digimon no lo sigue, y se choca de bruces contra algo.
—¡Ah! —pero antes de que pueda seguir gritando, otro algo le cubre la boca y acalla su lamento. T-K abre los ojos: es Sora, que le hace señas con la mano para que guarde silencio, y lo arrastra suavemente para que la siga. Él asiente con la cabeza una sola vez y la escolta hacia un nuevo lugar cubierto por sombras.
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La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las flores
FanfictionUn cielo demasiado vibrante para ser real. Una brisa cálida que arrastra el dulzor de las flores y derrama por el reino el trinar de los pájaros. Un castillo de cristal puro, que encierra entre sus puertas aquello que nadie quiere oír cuando se abra...